A juzgar por los rimbombantes titulares de los medios, la Cumbre de París contra el cambio climático ha sido un éxito. Creo que el acontecimiento hay que analizarlo a la luz de la gravedad del problema y la urgencia. Veamos algunos reparos a los contenidos. Mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 grados respecto a los niveles preindustriales, implica unas reducciones de gigatoneladas incompatible con las formas de producción y consumo actuales y sobre las que no se ha dicho nada.
Además, las previsiones de emisión de gases de efecto invernadero de la mayoría de Estados firmantes, para el período 2025-2030 no coinciden con lo acordado. El acuerdo no concreta nada sobre los combustibles fósiles o sobre las energías limpias y renovables.
Por otra parte y teniendo en cuenta el consenso científico-técnico sobre las medidas a tomar, debiera haberse creado una entidad supervisora que, bajo mandato de la ONU, vigilase y garantizase que los Estados cumplían lo acordado. En el artículo 4 se dice que para cumplir el objetivo las partes se proponen lograr que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo antes posible.
A partir de ese momento indeterminado, se reducirán las emisiones. Tal laxitud es incompatible con la naturaleza del problema. El Tratado entrará en vigor al trigésimo día en que 55 Estados cuyas emisiones de gases estimadas representen un 55% de las mismas hayan depositado sus instrumentos de ratificación, aceptación, aprobación o adhesión.
Es decir una fecha sine die. En consecuencia no puede decirse que estemos ante un acuerdo negativo sino inocuo y poco comprometido. Y ello no sólo a la luz del texto aprobado y su comparación con el peligro para la vida en el planeta, sino también a la luz de una historia de frustraciones sobre esta cuestión. Será interesante, e incluso inexcusable, revisar dentro de un año el cumplimiento de lo acordado.
Entidades
