
Tres días, con uno de reflexión y otro de votación quedan hasta las elecciones del 20-D. Las encuestas dicen que ganará el PP, pero que necesitará apoyos parlamentarios para gobernar, si lo consigue. También dicen que para que gobierne el PSOE o Ciudadanos deberán coaligarse, de alguna forma, los otros tres partidos.
El PP asegura que hay un frente anti Rajoy y Pedro Sánchez afirma que es contra el PSOE. Ya da igual lo que digan. El voto no se va a decantar por los mítines de campaña que quedan. Por eso, como votante, lo importante es saber qué opción prefiere: un Gobierno del PP con apoyo de C's; uno de PP/C's; un Gobierno PP/PSOE; un Gobierno PSOE/C's con apoyo de Podemos; o un Gobierno tripartito.
Difícil decisión porque se votan representantes, no mandatarios. El mandatario solo puede hacer lo que le obliga el mandato recibido. El representante puede decidir en función del bien del que lo eligió, pero según su criterio. Eso indica que después de las elecciones generales, donde diputados y senadores son representantes, no se siguen necesariamente las directrices que parecen salir de las urnas.
Así que, además de la fiabilidad en la palabra de los electos, hay que contar con otro factor: la composición del Parlamento que permita matemáticamente una u otra combinación de Gobierno. De manera que el votante del 20-D, dada la previsible composición compleja del Congreso, está jugando a un billar en el que, además de dar a su bola preferida, ésta tiene que empujar a otra bola o ser empujada, en carambola acertada, para dar como resultado la opción de Gobierno preferida ¡Bastante difícil es elegir el partido propio como para acertar en la carambola!
Los que lo intenten pueden ser como el aprendiz de brujo cuyo sueño se tradujo en pesadilla. Y es que no hay que olvidar que elegimos representantes, libres y sujetos a las circunstancias; no elegimos mandatarios. Así es la democracia parlamentaria representativa.