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Tres fallas tectónicas en la UE

Hace diez o veinte años, la pregunta existencial que debía enfrentar la Unión Europea era si seguía teniendo sentido su existencia en un mundo globalizado. La pregunta actual es si la UE puede responder bien a los embates importantes procedentes del exterior.

Las áreas colindantes con Europa son pobres y peligrosas. Al sur de Gibraltar el ingreso per cápita desciende más de cinco veces. Hasta hace poco Ucrania estaba en guerra. El conflicto entre Israel y Palestina ya lleva más de 50 años. Y apenas acabó la guerra de Irak cuando comenzó el caos en Siria.

Durante varias décadas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa se pudo permitir pasar por alto lo que ocurría más allá de sus fronteras: Estados Unidos se encargaba de la seguridad. Pero hoy las cosas han cambiado. La retirada de EEUU de Irak señaló los límites de su involucramiento, y los problemas en el vecindario inmediato de la UE (no sólo en Siria, sino también al este y el sur) llaman a sus puertas. Por tanto, parecería que su gran prioridad tendría que ser protegerse a sí misma y estabilizar su entorno.

Sin embargo, tres fallas tectónicas internas le están dificultando la tarea. Inglaterra se está cuestionando la propia existencia de la UE. Europa Occidental y del Este consideran que se debe actuar ante la crisis de los refugiados de manera diferente. Y Francia y Alemania difieren sobre sus prioridades.

El dilema de Inglaterra sobre su condición de miembro de la UE tiene raíces en la historia: es famosa la opinión favorable de Winston Churchill en 1946 a la creación de unos Estados Unidos de Europa, pero sin Inglaterra. Sin embargo, la eurofobia británica tiene poca sustancia: no hay elementos fundamentales que separen al Reino Unido del resto del continente. Es muy decisivo el hecho de que el riguroso examen del Ministerio británico de Asuntos Exteriores sobre el funcionamiento de la UE no recomendara medidas de repatriación de competencias.

La única exigencia importante expresada en la última carta del primer ministro David Cameron a la UE atañe a la migración interna. Inglaterra, antigua campeona de la movilidad laboral, hoy se ha vuelto recelosa de los trabajadores extranjeros y desea limitar su acceso a los beneficios sociales. Se trata de un potencial punto de fricción en la relación entre Gran Bretaña y la UE, pero no un verdadero motivo para poner fin a una relación de colaboración que ya lleva más de cuatro décadas.

Las encuestas sugieren que los resultados del referéndum británico sobre su continuidad como miembro de la UE, que Cameron ha prometido realizar para fines de 2017, serán muy ajustados. Si los británicos votaran a favor de una salida de la UE como forma de protegerse de los tumultos que ocurran en el continente será tanto un desacierto como una tragedia. La segunda falla tectónica ocurrió con la crisis de los refugiados. Con vistas a 2014, la ?gran ampliación? de la UE se podía señalar en 2004 como una historia de éxito por haber sido un aporte importante a una transición rápida y pacífica en Europa Central y del Este, tanto en lo económico como en lo político. Parecía que estaba en marcha una verdadera unificación europea.

Sin embargo, la crisis de los refugiados ha revelado que los miembros de estas áreas de la UE no comparten el mismo concepto de nación. Al menos de facto, la mayoría de los países europeos occidentales han convergido en una definición sin restricciones étnicas ni religiosas, y en la mayor parte de ellos habitan minorías importantes con orígenes y credos diversos. No ha sido una transformación fácil y existen diferencias en la percepción de su capacidad de absorber a los inmigrantes, pero el cambio es irreversible.

No obstante, la mayoría de los países del centro y el este del continente ven el tema de manera distinta. Viktor Orbán, primer Ministro de Hungría, ha desarrollado una feroz retórica antimusulmana. Su contraparte de Eslovenia, Robert Fico, anunció en julio que su país sólo aceptaría refugiados cristianos, y a principios de mes el presidente checo Milos Zeman se dirigió a un grupo denominado Bloque contra el Islam, diciendo a sus partidarios que ?no eran extremistas?. Y el nuevo ministro polaco de asuntos extranjeros, Konrad Szymanski, no dejó pasar 24 horas tras los ataques de París antes de denunciar los fallos y defectos de Europa. No son desacuerdos sobre políticas, sino una brecha de principios, los mismos que cimientan los tratados de la UE y su Carta de Derechos Fundamentales. Especialmente en Alemania, toda persona perseguida por motivos políticos tiene derecho constitucional a recibir asilo. Contrariamente a las malinterpretaciones comunes, la canciller alemana Ángela Merkel actuó basándose en valores morales, no egoísmo demográfico, al permitir este año la entrada de cerca de un millón de refugiados. Rara vez Alemania espera solidaridad de sus socios europeos. Por una vez, en el punto culminante de la crisis migratoria, esperó recibirla. El que países que siguen beneficiándose enormemente de la solidaridad europea rechazaran pública y categóricamente el silencioso ruego alemán no se olvidará con facilidad. La tercera falla se da entre Francia y Alemania. Desde los ataques del 13 de noviembre en París, la seguridad se ha convertido en el gran objetivo francés, mientras que Alemania se centra en la organización de la recepción y acogida del enorme flujo de inmigrantes. Es una brecha más circunstancial que de esencia. El terrorismo puede propagarse a Alemania, y los refugiados desplazarse más allá de las fronteras. Sin embargo, al menos por el momento, existen discrepancias entre las inquietudes públicas y las prioridades de los gobiernos.

Tanto Merkel como el presidente francés François Hollande han expresado su compromiso de apoyarse mutuamente. Francia recibirá a algunos refugiados y Alemania enviará tropas a Mali. Pero no basta con gestos simbólicos. Sigue existiendo el riesgo de que cada país sienta que se lo ha dejado solo en una encrucijada crítica.

Se han propuesto iniciativas más ambiciosas. Sigmar Gabriel y Emmanuel Macron, respectivamente ministros de Economía de Alemania y Francia, hicieron hace poco un llamamiento a efectuar un fondo común para hacer frente a los retos de seguridad y refugiados en Europa, así como financiar políticas conjuntas. El fondo serviría también como un mecanismo concreto de reparto de riesgos y un paso modesto pero significativo hacia la superación del estancamiento en torno a las iniciativas de la UE, si no a la mutualización de la defensa y la seguridad, como han propuesto algunos académicos.

Sea cual sea la forma que adopte, será necesaria más valentía. De lo contrario bien puede ocurrir que, de no abordarse los riesgos y retos en común, los ciudadanos confíen exclusivamente en el Estado-nación, rechacen la solidaridad y pidan el restablecimiento permanente de las fronteras nacionales. No por accidente estas tres fallas tectónicas de la UE aparecen en el mismo momento en que se enfrenta a retos sin precedentes. Las presiones externas dejan al descubierto las debilidades internas. Europa puede superarlas, o bien sucumbir ante ellas. La doble crisis de los refugiados y la seguridad de la UE representa su momento de la verdad.

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