En el primer semestre de 2015 nacieron en España 206.656 bebés y fallecieron 225.924 personas, produciendo así un saldo vegetativo negativo a escala nacional y en 13 de las 17 Comunidades Autónomas. Desde 1939 no ha habido un año completo con más muertes que nacimientos en España, aunque eso viene ocurriendo desde hace varios años en la población autóctona.
Lo previsible es que en los años venideros morirá más gente de la que nacerá, como ya pasa en Alemania, Italia o Japón, así como en casi todo el Este de Europa. El hundimiento de la fecundidad que se viene produciendo en España durante muchos años (entre 1,1 o 1,4 hijos por mujer, cuando el nivel de "reposición" es 2,1) ha conducido a una pirámide de edades que se parece a un ánfora, o más castizamente a un botijo, donde las generaciones de mujeres en edad fértil (de 15 a 40 años) forma una escalera decreciente (a menor edad, menos efectivos) que augura una natalidad también decreciente, puesto que el número de nacimientos es igual a la suma de las tasas de fecundidad por los efectivos poblacionales femeninos de cada edad fértil.
Más medidas familiares
Nadie en su sano juicio niega que es preciso aumentar el peso de la población joven. Y para ello es decisivo poner en marcha políticas natalistas y, en su caso, migratorias. Para ello se ha de partir de un dato relevante: según las encuestas de fecundidad, las mujeres españolas desean tener, aproximadamente, el doble de hijos de los que al final acaban teniendo.
Se trataría, pues, de que las españolas pudieran realizar sus deseos, para lo cual son precisas medidas familiares (guarderías, mejor reparto del trabajo familiar, etc.) y laborales (asegurando que las bajas por maternidad-paternidad no perjudiquen a las empresas donde trabajan las embarazadas y luego madres).
Los casos de Francia o Suecia, con incrementos del número de nacimientos y de la tasa de fecundidad, son un ejemplo en el cual inspirarse.