Firmas

En todos los frentes

Nos asombra la serenidad de los franceses. Y su determinación y patriotismo, valiosos intangibles, que, tarde o temprano, les cueste lo que les cueste, les permitirán ganar esta guerra. Nos sorprende porque, en circunstancias similares, en el fondo de nuestro corazón sabemos que nosotros, como sociedad, no responderíamos igual: mientras en Versalles cantan al unísono la Marsellesa, en España hemos sido incapaces de llegar a un acuerdo para poner letra al himno nacional.

Afortunadamente, la dilatada experiencia de nuestras fuerzas de seguridad en la lucha contra el terrorismo nos vacuna parcialmente frente a esa frágil unidad. Sabemos cómo acorralarlos cuando actúan en el interior del país porque ya lo hemos hecho. No nos engañemos, ETA declaró el alto el fuego porque estaba acorralada; la negociación con Zapatero no fue más que un intento de sacar algún rédito político a su agonía.

La asfixia de los etarras se logró con la ley, expulsándolos de las instituciones, cercenando todas sus vías de financiación y promoviendo el rechazo de su entorno, la condescendencia de los que recogían las nueces o la explícita connivencia de los caseríos o iglesias que les daban refugio. Y ahí es donde, en la guerra contra los yihadistas, nos queda mucho por hacer.

¿Cuántas veces hemos oído a los vecinos de esos asesinos comentar que habían cambiado su forma de actuar, que se mostraban huraños o acudían con más asiduidad a la mezquita? Sus perfiles muestran un patrón de comportamiento similar. Y en su entorno, si no lo saben, sí lo sospechan.

Por eso, es a los musulmanes que viven en Europa, que quieren trabajar y profesar su fe en sociedades libres como las nuestras, a los que debemos apelar, persuadir para que den la cara. Incluso en su propio provecho, porque, si no lo hacen, la creciente desconfianza que provocan los sucesivos atentados perpetrados por el Daesh acabará por volverse en su contra.

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