
"El patriotismo es el último refugio de los canallas". La frase es de Samuel Johnson, una de las figuras literarias más importantes de Inglaterra. Johnson vivió y desarrolló su obra en el siglo XVIII, pero sus reflexiones acerca de los nacionalismos cobran más actualidad que nunca.
Parto de la idea de que no se puede ignorar a una parte muy significativa de la población catalana -cerca de dos millones de personas-, que aunque todavía minoritaria, reclama año tras año un Estado propio. Lo que cuestiono es que en el necesario proceso de negociación al que nos enfrentamos para buscar un mejor encaje en España del territorio la mejor persona para llevarlo a cabo sea Artur Mas.
¿Qué ha cambiado en esta última década para que el delfín de Jordi Pujol haya pasado de mostrarse abiertamente contrario a la independencia -un concepto que consideraba en 2002 "anticuado y un poco oxidado"- a insistir ahora machaconamente en la ruptura y voladura de puentes? La respuesta está muy lejos de sentimientos identitarios, por otro lado muy respetables, y es el denominado 'tres por ciento'.
Hasta el último ujier del Palau de la Generalitat sabía que el partido del otrora molt honorable Pujol estaba cobrando comisiones por la adjudicación de contratos. Y si no, ya se encargó de recordárselo el president Maragall cuando en 2005 se lo dijo a la cara al mismísimo Mas en sede partalmentaria. "Ustedes tienen un problema, y se llama tres por ciento".
Debería haber sido el president de todos los catalanes, pero en lugar de eso, Mas ha usado la senyera para tapar el lodazal de la corrupción, tratando de esconder la financiación ilegal de su partido y el enriquecimiento de sus dirigentes. Con su tesorero Andreu Viloca en prisión, está tocado y hundido y cuánto antes lo entienda así y admita que es su partido y no España quien ha robado a los catalanes, mejor será para todos. El patriotismo ya no le sirve de refugio.