Escribo estas líneas mientras en Cataluña transcurre el día de reflexión previo a las votaciones del 27 de septiembre. Sea cual sea el resultado final (que fue este), comenzará e in crescendo, el proceso de estallidos de contradicciones que se han ido acumulando desde el apaño de la Transición. Contradicción política entre quienes defienden y aplican al unísono, la misma política económica, social y europea.
Contradicción entre socios en las distintas investiduras presidenciales de González, Aznar y Zapatero. Contradicción entre los que están dispuestos a reformas constitucionales para salir del paso y quienes lo único que desean para Cataluña es el estatus de Estado Libre Asociado. El Derecho de libre determinación está reconocido por el Reino de España (BOE de 30 de abril de 1977) con la firma de Juan Carlos I. Pero eso no justifica el uso de la irracionalidad tanto en negarlo como en concebirlo como una parusía cristiana.
Se falsifica la historia
Se esgrimen por parte constitucional los sagrados principios de la Nación española "patria común e indivisible" y se obvia que en el mismo texto se reconocen las nacionalidades. Se falsifica la Historia. Ni Casanova fue el héroe que dicen ni tampoco la "unidad nacional de España" comenzó con los Reyes Católicos. Las banderas son como bombas de racimo que causan en los ciudadanos daños colaterales en la inteligencia, el conocimiento y la prudencia.
Por debajo de esta histeria subyacen, agravándose, problemas económicos y sociales que después reclamarán atención. Y es que el desencanto puede conllevar situaciones apropiadas para la irracionalidad de corte fascista. Se aduce por una y otra parte que los sentimientos forman parte del acervo humano de virtudes patrias y cívicas. Sí, pero a condición de ser atemperados por la razón, la inteligencia y el conocimiento de la Historia. Y por el sentido común para resolver problemas sociales. Dicho en catalán, y para ambos: más seny y menos rauxa.
