
Mientras Artur Mas gritaba en cuatro idiomas que habían ganado, su rostro maltratado decía lo contrario. Los titulares de los periódicos resumirían el lunes 28 lo ocurrido en la jornada electoral: "los independentistas ganan las elecciones y pierden el plebiscito". "Juntos y revueltos" han sacado nueve escaños menos que los obtenidos por separado en 2012.
En la provincia de Barcelona (Junts + CUP han obtenido 39 diputados de 85) y en el conjunto de Cataluña no ha llegado al 48% de los votos. Con esos mimbres electorales ¿piensan seguir con la matraca? ¿Qué van a hacer los afiliados y diputados de Convergencia ahora? Lo lógico sería que los Junts se separaran y que Convergencia volviera la mirada hacia ese matrimonio que habita en el Paseo de Gracia, pero en esta Cataluña de la rauxa tan huérfana de seny hace tiempo que la lógica no tiene cabida.
Mas, que ya perdió 12 escaños en 2012 cuando acariciaba la mayoría absoluta, no se fue entonces. Quizá quiera seguir presidiendo la Generalidad después del varapalo recibido, pero ¿con qué apoyos? ¿Con las CUP, que en la noche del domingo 27 declaró que allí nacía la república independiente de Cataluña y que ésta no respetaría la "legalidad española"?
Por otro lado, Esquerra Republicana siempre ha sentido auténtica aversión a la gobernabilidad desde los tiempos de Maciá y Companys y ahí sigue, en las nubes del independentismo, negándose a tomar tierra. Por su parte, el PSC sigue cayendo, pero están contentos porque esta vez han ganado a las encuestas. ¿Será capaz este Parlamento fraccionado de parir un Gobierno que se haga cargo de los auténticos problemas de los catalanes?
La mejor noticia de la noche electoral fue la notable subida de Ciudadanos, mostrando que la claridad y la valentía acaban por dar resultado. Pero, más allá de Cataluña, este éxito puede anunciar un periodo de estabilidad política después de las elecciones generales.