
Hasta hace muy poco tiempo el llamado primer mundo ha vivido sumergido en una atmósfera de autocomplacencia que, a semejanza del maya hinduista, lo ha hecho insensible, voluntariamente ignorante y depredador de la herencia a transmitir para el futuro.
La deificación del crecimiento sostenido, la avidez de ganancias, la inhibición moral o ética y la alienación en la mística globalizadora, se instalaron en la política, en los medios de comunicación y en las cátedras universitarias. El deseo suscitado se transformaba en paradigma y meta para millones y millones de seres humanos.
Unos deseos frustrados al intentar llegar a El Dorado (fronteras, vallas, policía, etc.). Y una evidencia añadida, las pautas de consumo y derroche occidental son imposibles para los 6.800 millones de habitantes del planeta. Para el 2020 la UE pasará de tener 143 millones de habitantes con menos de 30 años a 100 millones.
Por poner un ejemplo, en el 2050 Etiopía tendrá 174 millones de habitantes con un 70% de los mismos debajo de los 30 años. Alemania, por el contrario, tendrá 70 millones y un 50% mayores de 50 años. Añadamos a lo anterior que la huella ecológica sostenible se sitúa en 1,7 hectáreas por habitante: EEUU consume 10,3, España 3,8 y Bangladesh 0,6.
En este mundo de crecientes diferencias entre personas y zonas geográficas empiezan a estallar las consecuencias de los apoyos de occidente y sus mafias armadas al terrorismo islámico, al de las cancillerías o al de los intereses a los que éstas sirven.
Hasta ahora los emigrantes huían, y huyen, del hambre. Ahora lo hacen, además, de la barbarie de la guerra. El éxodo ya no va a parar. Nos toca a los europeos cambiar el marco de la UE por otro más acorde con los textos fundacionales de la CEE. De no ser así, una nueva Edad Media asolará occidente, o en su caso el fascismo que, no olvidemos, es un fenómeno de masas.