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El Chávez británico será beneficioso

El líder laborista Jeremy Corbyn. Foto: Reuters.

Renacionalizar los ferrocarriles, volver a abrir las minas de carbón, exigir que el Banco de Inglaterra imprima dinero para dar viviendas gratis a la gente? Suenan a las políticas que pudiera haber ideado el difunto Hugo Chávez en un momento de locura dentro de su gran propósito de destruir la economía venezolana. Sin embargo, a partir de mediados de mes, serán las promesas del líder del partido laborista británico, principal oposición y el gobierno alternativo más probable de la quinta economía más grande del mundo.

Con la elección de Jeremy Corbyn como su nuevo líder, los laboristas darán un giro brusco a la izquierda. Como Syriza en Grecia o Podemos en España, se romperá el reglamento socialdemócrata con una agenda radical para los votantes que, aunque pudiera contar con el apoyo de unos cuantos partidos marxistas marginales, no se había incluido nunca en el debate político dominante.

A primera vista, podríamos pensar que es una noticia nefasta para la economía. Después de todo, renacionalizar las industrias e imprimir dinero a voluntad son cosas que atemorizan a los mercados de capital. Por el contrario, Corbyn podría ser una grata noticia para la recuperación gradual de la economía británica. El hecho es que se sitúa tan a la izquierda que la probabilidad de que salga elegido para gobernar es nula. Y el país se beneficiará de la estabilidad política resultante.

Tras su derrota integral e inesperada en las elecciones generales de mayo, el partido laborista británico ha implosionado. En vez de rebotar hacia un terreno central, desde donde se ganan casi todos los comicios y elegir a un líder más moderado y atractivo para los votantes que el extrovertido Ed Miliband, ha optado por un veterano del socialismo de los años ochenta.

Gracias al aumento de la membresía (todo el que pague tres libras puede votar en las primarias), parece seguro que Corbyn saldrá elegido líder del partido el 12 de septiembre. Las casas de apuestas le sitúan como favorito para ganar con un 2-9, por delante de quien ocupaba antes la cabeza de la lista, Andy Burnham, con un 7-2. Algunas ya han pagado por Corbyn, que lideraba las apuestas con un 100-1 cuando se unió a la carrera.

Es indudable que Corbyn ha capturado el entusiasmo de una generación de activistas de izquierdas, que se han unido al partido en manadas para votarle (y un buen número de conservadores que se han movilizado en los medios sociales para apoyar a un político al que consideran inelegible). Quizá nada de eso sorprenda. Un buen número de electores de todo país desarrollado están hartos de los políticos centristas corrientes y han empezado a dar su apoyo a figuras antiguamente confinadas a los extremos.

Syriza gobierna en Grecia y Podemos está en la cresta de la ola en España. En Estados Unidos, Bernie Sanders, un socialista confeso en un país con poca tradición de políticas de izquierdas, está provocando un oleaje en el partido demócrata. A la derecha, Donald Trump lidera el campo republicano, al menos por ahora, mientras que el Frente Nacional, todavía más de derechas, lidera el panorama en Francia. La mezcla de globalización, crecimiento mediocre y estancamiento del salario real para gran parte de los trabajadores ha empujado a muchos votantes a posiciones políticas extremas.

Aun así, las políticas de Corbyn son, por no decir otra cosa, excéntricas. La corbynomía, como la ha titulado la prensa, es una colección pergeñada de causas de la extrema izquierda de las tres últimas décadas. Quiere poner los sectores privatizados bajo el control estatal, empezando por el tren, sin planes de indemnizar a sus nuevos propietarios. Propone reabrir las minas de carbón (aunque, curiosamente, también está a favor de la energía verde). Por lo visto, no tiene nada de malo excavar cabrón pero otra cosa distinta es quemarlo.

Aboga por controlar los alquileres y aumentar el salario mínimo, dar más poder a los sindicatos y subir los impuestos a los ricos (definidos como cualquiera que gane más de 50.000 libras al año) y a las empresas. Y lo más radical es que pretende que el Banco de Inglaterra se vea obligado a imprimir directamente dinero para financiar el gasto en infraestructuras, la llamada "flexibilización cuantitativa de la gente".

Podría preocupar a los inversores, si existiera la más remota probabilidad de que llegase a liderar al partido laborista de vuelta al gobierno. Las encuestas indican que, aunque cuenta con el respaldo entusiasta de varios cientos de miles de activistas, al electorado en general no le interesa lo más mínimo. Al fin y al cabo, el Reino Unido es un país razonablemente próspero, con casi pleno empleo y una economía en crecimiento constante. Los países en esa tesitura relativamente feliz no votan a revolucionarios en masa.

Peor aun, Corbyn siente debilidad por personajes infames desde hace unos años. Esta misma semana hemos sabido que describió el asesinato de Osama Bin Laden como una "tragedia". Una opinión no precisamente mayoritaria.

Es más probable que Barack Obama proponga a Donald Trump como su sucesor predilecto que Jeremy Corbyn llegue a primer ministro. No va a suceder. Todo lo contrario: condenará al partido laboral a la derrota y se asegurará de que los conservadores gobiernen sin oposición durante una generación o más. Hay quien dice que el predominio de un único partido es perjudicial y que todo país necesita una oposición sana, pero no hay pruebas que lo demuestren. Los liberal-demócratas gobernaron Japón de 1955 a 1993 y supervisaron una de las mayores expansiones en la historia económica. Los demócratas cristianos mantuvieron el poder en Italia de 1946 a 1994, uno de los periodos más satisfactorios de la historia económica de ese país. De hecho, la estabilidad y certidumbre que proceden del dominio de un solo partido pueden ayudar a la economía.

Es cierto que el partido en el gobierno puede corromperse y ensimismarse sin remedio, pero para eso hacen falta décadas. Cuando se anuncie el resultado el 12 de septiembre, muchos opinarán que el Reino Unido se tambalea a la izquierda. No les haga caso. En realidad, el país va a entrar en un periodo de estabilidad política excepcional, y eso solo puede ser bueno para la economía.

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