
El diktat de la eurozona a Grecia es la más reciente manifestación de un proceso que se resuelve en tres evidencias. La primera es la constatación de que el proyecto europeo, tal y como éste fue planteado a la ciudadanía europea por parte de sus élites gobernantes, no existe. La segunda, y sobre todo desde el Tratado de Maastricht, no es otra que la incompatibilidad entre esta UE y la Democracia. La tercera consiste en la constatación de que los DDHH, las políticas sociales de la Carta de Turín de 1961 y, en definitiva, la existencia de un horizonte de futuro para la juventud europea, nunca serán realidad con este proyecto en el que impera Alemania y dirige la troika.
Considero que la rotundidad de mis palabras deja de serlo cuando se reflexiona en torno a la historia de la UE y su degradación como construcción democrática y la carencia de directriz o proyecto político en beneficio de la mayoría, cara a la crisis y al futuro. Estas evidencias, sin embargo, no son tenidas en cuenta por la mayoría de fuerzas políticas, sindicales y creadores de opinión.
La expresión castellana lo dice bien claro, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Desde Felipe González reconociendo los errores de base sobre los que se construyó la moneda única hasta las quejas sindicales, pasando por las denuncias políticas sobre la falta de viabilidad de una UE basada en las políticas e instituciones existentes, todos denuncian pero nadie se atreve a manifestar la necesidad de construir una enmienda a la totalidad. Impedidos, y lastrados por sus miedos a enfrentarse al problema, ven pero no son consecuentes con lo que ven.
Varoufakis, Melenchon y también Lafontaine, han lanzado el reto, difícil pero insoslayable. Debemos construir otra UE y para ello hay que empezar a planificar la recuperación de la soberanía monetaria, abordar la deuda y comenzar a trabajar en ello. Ya no es tiempo de quejas o de brindis al sol. Hacen falta políticos e intelectuales de mente lúcida y coraje cívico.