
La caída de las bolsas chinas ha sido un ruidoso petardo, que no una bomba. Desde abril del 2014 hasta el mes de julio del presente año la bolsa de Shanghái subió un 150%, impulsada por flujos especulativos financieros y a fecha, a pesar de una caída del 40%, todavía acumula plusvalías del 60%. Un disgustazo. Otra cosa es el sector financiero que ha financiado operaciones especulativas y otros préstamos a Gobiernos locales y constructoras y que hoy circula tambaleante por la cuerda floja asido a la mano bien forrada del Ejecutivo chino.
Problemas localizados de solvencia que, como en el caso de nuestras cajas, solo podrán ser rescatadas mediante inyecciones masivas de liquidez para capitalizar los agujeros dejados por una oscura masa de créditos fallidos y alargar los plazos de otros de dudoso cobro.
Hace unos meses Stephen Andrews, analista jefe de UBS en Hong Kong, alertaba sobre una nueva bomba de relojería: operaciones apalancadas de carry trade por valor de 1.000 millones de dólares sin cobertura de tipo de cambio en la que especuladores chinos toman dinero prestado a bajo interés en dólares para depositarlos posteriormente en yuanes a tasas de interés que podían reportarles hasta un 5% en beneficios. La mecánica de apalancamiento es simple. Los especuladores solicitan una carta de crédito a los bancos chinos y depositan en garantía el 20% del montante solicitado.
A su vez, mediante facturas falsas de importación transfieren esa carta de crédito a Hong Kong para garantizar un nuevo crédito en dólares. Ahora es cuestión de transferir esos dólares a China mediante una nueva factura de exportación para constituir un nuevo depósito del 20% que a su vez permita librar al banco chino una nueva carta de crédito ahora por un importe superior. Repita la mecánica un par de veces y verá cómo se multiplican sus fondos en una nueva versión del milagro de los panes y los peces.
Ahora con el apalancamiento conseguido llega el momento de invertir directamente en bolsa o en imaginativos productos de la llamada banca en la sombra. Y aquí es donde entran en juego los derivados conocidos como swaps. Las instituciones financieras chinas ante el techo impuesto por el Gobierno a la remuneración de los depósitos bancarios ofrecen un producto financiero singular. Una inversión en bolsa que asegura una tasa fija a los inversores mientras cualquier plusvalía por encima de ese fijo queda como remuneración a beneficio de los promotores de estos instrumentos financieros. Dos ingredientes que explican el soufflé interesado de las bolsas chinas convertidas en casinos donde la banca siempre gana, pero cuyos vaivenes -en una economía tan dirigista como la China- tienen escaso eco en las grandes variables macroeconómicas de ese país.
China ha llegado para quedarse y ocupar el lugar preeminente en una economía global de mercado que le corresponde. En menos de una generación -35 años para ser exactos- ha conseguido transformar un país secularmente atrasado con una población empobrecida en una de las economías mas prometedoras entre las nuevas potencias emergentes y encaminar un país de 1.400 millones de personas por la senda de la modernidad. Sus principales ciudades deslumbran y la calidad de sus centros de investigación y tecnología disputan los primeros lugares a los centros mas reconocidos.
Su extraordinaria capacidad de asimilación y trabajo hace que hoy, por ejemplo, en el terreno de algo tan ajeno a sus tradiciones y cultura, como la música clásica, tengan interpretes destacados de primerísima fila. Un notable progreso que se extiende a todos los ámbitos. En la actualidad, según el último informe del FMI, la asistencia sanitaria gratuita cubre al 95% de su población y mientras que el 100% cuenta con una pensión de jubilación a los 60 años.
Y como en todo estirón de una economía adolescente, se ha producido un crecimiento poco armónico. Hace ocho años el entonces premier Wen Jiabo en una intervención ante el Asamblea Popular, el órgano legislativo del Gobierno chino, calificaba el crecimiento de su economía como desequilibrado, descoordinado y por lo tanto inestable. Las medidas correctoras de esos desequilibrios tuvieron que ser pospuestas en 2008 cuando estalló la crisis financiera que gripó el hasta entonces principal motor de su desarrollo basado en las exportaciones.
Como Franklin Roosevelt en los años posteriores a la Gran Depresión de 1929, el Gobierno chino orientó sus acciones hacia las grandes inversiones en infraestructura para dar un impulso keynesiano a una economía que amenazaba entrar en recesión con las graves consecuencias sociales que eso comportaba. Ahora, sin embargo, ha llegado el momento de reorientar la economía hacia el consumo y el sector terciario incrementando el valor añadido de sus productos, y la participación de los salarios en esa tarta común que se conoce como PIB.
Hoy el Gobierno chino se enfrenta a una serie de desequilibrios de delicada solución que exigen buen pulso para administrar los tiempos y las dosis de las reformas que su economía precisa para seguir creciendo de forma sostenible. Exigencias que nacen paradójicamente por mor del éxito de su política de crecimiento y modernización de la última década.
Esa meta de avanzar hacia una economía mas plena de mercado y un ritmo de crecimiento mas moderado es la que se ha adoptado en el III Plenario del PC chino. Pero como avisa el propio informe del FMI las reformas son imprescindibles e ineludibles, pero su aplicación debe ser gradual y medida para no desencadenar nuevos desequilibrios que serían difíciles de controlar. Y es que en todas partes, al final, se cuecen las mismas habas.