
Más de la tercera parte de la población mundial o no se alimenta suficientemente o no se alimenta bien. Si al número de personas que sufren hambre en todo el mundo le añadimos el número de individuos con exceso de peso y obesos, la cifra asciende a más de 3.000 millones de seres humanos. En otras palabras, dos de cada cinco personas en el mundo padece hambre o bien tiene exceso de peso. Sobre esta triste y escalofriante situación ya nos llamó la atención el profesor Luis de Sebastián en su extraordinario libro Un planeta de gordos y hambrientos (2009).
Me acordé del profesor De Sebastián meses atrás, cuando varias multinacionales de la alimentación trataron de evitar que nuestra institución proyectará el excelente documental de la directora norteamericana Stephanie Soechtig titulado Fed Up (2014). Al final, pasamos el documental con gran éxito de público, y seguramente los asistentes entendieron por qué estas multinacionales no quieren que los consumidores lo vean.
Una de las escenas más controvertidas de la película es cuando se comparan las bebidas con azúcar con la industria del tabaco. La industria del tabaco anuncia un producto que causa cáncer y ocasiona la muerte. Los lectores más cinéfilos recordarán la famosa película The Insider (1999), dirigida por Michael Mann y protagonizada por Russell Crowe y Al Pacino, que reproduce el testimonio de siete directivos de la industria tabacalera cometiendo perjurio ante el Congreso de los Estados Unidos, donde uno tras otro sostienen que la nicotina no genera adicción.
Pues bien, la industria de refrescos de azúcar está realizando algo similar, promoviendo productos que provocan obesidad y que pueden causar una muerte prematura. Por ejemplo, los estudios demuestran que los individuos que beben cada día un refresco con azúcar tienen un 26% más de riesgo de desarrollar diabetes de tipo II.
Un lugar en la mesa
Curiosamente, cuando visionamos en ESADE A Place at the Table (2012), de las directoras Kristi Jacobson y Lori Silverbush, los teléfonos no sonaron. Incluso en los Estados Unidos, en 2012 no tenían lo suficiente para comer unos 50 millones de ciudadanos, esto es, aproximadamente uno de cada seis norteamericanos, uno de cada cuatro en el caso de los niños. Si, en los años ochenta, había 200 bancos de alimentos en el país, 35 años después hay más de 40.000, de modo que se va creando un mercado "secundario" de la alimentación para los pobres. Acaso lo más triste y desesperante es cuando se juntan las dos realidades en el tiempo y en un mismo lugar geográfico. Por ejemplo, el Estado de Misisipi es el primero del ranking en obesidad y en inseguridad alimentaria en los Estados Unidos. El documental es un grito de desesperación: todo el mundo se merece un lugar en la mesa.
Las causas de este enorme desaguisado son una suma de varios factores. Por una parte, las políticas gubernamentales, que protegen con subsidios a las "megagranjas" y a las grandes corporaciones. Al mismo tiempo, la actuación de multinacionales, que no tienen reparo alguno en producir productos basura que dañan la salud de muchas personas. Y, por último, desde hace algunos años, las grandes productoras de semillas transgénicas, que pretenden acaparar el mercado.
Pese a todo, si hemos querido compartir esta realidad es porque existen algunos síntomas para el optimismo. ¿De dónde vienen estas buenas noticias? A escala global, la FAO está liderando la campaña a favor de "la generación que conseguirá que 0 personas pasen hambre en 2030" (Zero Hunger Generation). Varias agencias internacionales, gobiernos y organizaciones para el desarrollo están trabajando para que este objetivo sea alcanzable.
Ya se ha avanzado mucho en los últimos años. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio fueron un primer paso en la buena dirección. Pero si el hambre crónica se ha reducido, la obesidad no ha parado de aumentar, y afecta por igual a los países desarrollados y a los países en vías de desarrollo. Por ello, todo el movimiento a favor del consumo orgánico y saludable ofrece motivos para la esperanza. El movimiento por los productos de 'km0', la recuperación de terrenos agrícolas en desuso, los huertos urbanos, las tiendas y los supermercados ecológicos en las ciudades y las iniciativas de la sociedad civil para enseñar a personas sin recursos a consumir productos más saludables son, sin duda, brotes esperanzadores.
La batalla se libra entre los gobiernos y las grandes multinacionales que pactan normas y reglas que nos afectan a todos. Pero sufren cada vez más el cerco y el escrutinio de los consumidores y, sobre todo, de las grandes campañas digitales globales, encabezadas por Greenpeace, Avaaz, MoveOn, Change.org, etc. El mensaje es claro: hay suficientes recursos; sólo falta la voluntad de repartirlos y usarlos mejor. ¡No sea que nos vayamos a despistar!