
Rajoy ha declarado refiriéndose al adelanto de la propuesta de Tsipras, que de la misma le gustaba la música, pero quería esperar a escuchar la letra, es decir, los contenidos concretos. Confieso que esa es mi actitud ante los últimos movimientos protagonizados por colectivos, fuerzas políticas y asambleas de todo tipo, reclamando la formación de una candidatura plural transversal y democrática con el objetivo puesto en desbancar al partido gobernante en las próximas elecciones generales.
La música suena bien, sobre todo porque demuestra que hay un resurgir de la capacidad de lucha y de auto-organización de la gente. Y también suena bien porque a nuestros anquilosados partidos políticos se les está dando una oportunidad para retomar un tren que nunca debieron perder, el contacto directo con la ciudadanía y además la reconsideración sobre su papel de simples máquinas electorales.
Pero dicho esto, conviene saber el programa, o sea el conjunto de medidas a tomar o defender en las instituciones y en la calle. Se debe tener claro que un programa no es un listado de buenas intenciones o de enunciados piadosos. Un programa es el conjunto de propuestas, alianzas políticas necesarias, bases presupuestarias, ritmos, plazos y mecanismos legales a poner en funcionamiento.
¿Se puede hacer eso desde la oposición extraparlamentaria? Sí, se puede. La condición sine qua non para ello es asumir que hay una cultura de gobierno a la que debe acceder y que se fundamenta en el pacto existente entre lo deseado y la realidad del momento. Una realidad que habla de partidas presupuestarias, normas y procedimientos legales.
Doy fe, desde mi experiencia, que ello es posible. Y lo es si se tiene como fundamento de la voluntad de cambiar las cosas el amor al estudio de la realidad y de los entresijos que en ella existen, a fin de saberlos usar. Recuérdese que las revoluciones o los cambios comienzan al día siguiente de la toma del poder, cosa relativamente fácil en comparación con lo otro.