
Cualquiera en la posición de Tsipras se hubiera conformado con obtener dinero y estabilidad financiera por el bien de sus ciudadanos, sin embargo, en Grecia no hacen más que empeorar las cosas y el pueblo le apoya más que nunca en una especie de seducción irracional que se asemeja a los efectos de las sectas autodestructivas.
Tsipras ha tenido la habilidad de hacer creer a la mayoría del electorado que la ruina es culpa de los acreedores, que además bloquean a los bancos que por esa razón han tenido que cerrar. Es una especie de teoría de la conspiración paranoica que muchos griegos se han tragado sin más. Ninguna autocrítica para un Gobierno que está arrasando la economía y todo llamamientos a la resistencia para vencer a la austeridad, sobrenombre con el que se identifica a la malvada Merkel, que tuvo la mala cabeza de salvar a sus bancos de la ruina, de haber prestado a Grecia repartiendo la inmoral e impagable deuda entre los socios del euro.
El juego de Varoufakis
Son las verdades a medias o las mentiras enteras que algunos hábiles políticos son capaces de convertir en verdades absolutas. Un discurso bien construido con el que no sólo ha ganado un referéndum sino que le ha servido para cargarse de un plumazo al jefe de la oposición y a la contestación interna de Syriza. Hasta hace poco, el Ejecutivo heleno estaba al borde de tener que dimitir, pasara lo que pasara, pero ahora pase lo que pase seguirá gobernando.
Su pretendida fuerza negociadora reside en el desprecio a las consecuencias de sus actos, de los que, además, son exclusivamente responsables sus adversarios. Así, no hay quien le eche cuentas ni quien le reconvenga hacia un acuerdo razonable. El juego diseñado, a lo mejor por Varoufakis, consiste en que Tsipras nunca pierde, e incluso cuanto peor estén las cosas más gana políticamente.
La percepción de los acreedores es que el abismo al que se enfrenta Grecia se está demostrando mucho más profundo del que puede afectar a la eurozona en su conjunto. Con la mayoría del mercado viendo el Grexit como una posibilidad cierta, las turbulencias son muy asumibles en el peor de los casos. Así que parece que en este juego nadie cree que pueda perder, razón por la que es imposible negociar cuando no hay ninguna transacción beneficiosa entre las partes. De hecho, cada uno se muestra incapaz de traspasar ciertas líneas rojas y no quiere otorgar una victoria política al adversario.
Tsipras se mide con Merkel
El punto de fricción ha pasado a ser la reestructuración y quita de la deuda. De hecho, el presidente heleno estaría dispuesto a firmar casi cualquier cosa siempre y cuando pueda vender que ha conseguido la pretendida reestructuración. Alemania y la mayoría del Eurogrupo están en contra y ambas posturas parecen del todo irreconciliables.
Estados Unidos y Francia están a favor de una reestructuración, puesto que el primero no quiere líos geoestratégicos y el segundo no teme al populismo de izquierdas, pues lo tiene de derechas, y desea descafeinar el liderazgo alemán. Pero Alemania no se siente especialmente presionada para dar su brazo a torcer, teniendo en cuenta que goza de un respaldo casi unánime.
No es creíble que Merkel vaya a superar la línea roja de la reestructuración, pero tampoco lo es que Tsipras se conforme con firmar un rescate sin ella, aunque con condicionalidad. Sólo cabe que acepte una vaga promesa de que se llevará a cabo en el supuesto de que cumpla un estricto programa, pero en este caso por más propaganda que hiciera se aproximaría al ridículo. Si hemos de apostar en este juego, creo que debemos concluir que no va a ganar ninguno. De hecho, Grecia en dos días puede tener que cerrar su quebrada banca y esa circunstancia, que haría temblar a cualquier gobernante sensato, ni siquiera es capaz de borrar la sonrisa del semblante de Tsipras.
Nadie quiere perder
Aunque el acuerdo es necesario, lógico y sensato, en el momento actual no parece posible. Premiar a Syriza con una victoria resulta más costoso políticamente que dejar caer a Grecia, y económicamente puede salir igual de caro aportar nuevos fondos y reestructurar que hacerlo una vez que haya quebrado y se produzca una voluntaria, aunque obligada por las circunstancias, salida del euro.
El Gobierno griego parece que sólo está dispuesto a quedarse en el euro si a cambio obtiene grandes beneficios y una clara victoria política sobre Alemania: algo impensable.
Nadie va a perder este juego, porque resulta tal humillación que es inasumible, y es por esa razón que nadie lo va a ganar. Así, podría resultar casi mejor romper el tablero que prolongar las tablas indefinidamente. Los que sí van a perder son los ciudadanos griegos, que son, en la práctica, con los que está jugando su Gobierno.