
Marco Porcio Catón, El Censor (234- 146 a. C.) terminaba sus intervenciones en el Senado romano con el mismo mensaje: "Delenda est Carthago", "Cartago debe ser destruida". El viejo político veía con razón que la potencia cartaginesa era el auténtico adversario comercial de Roma y además, un rival en ciernes para su expansión imperialista.
Las conversaciones entre el Gobierno griego y sus acreedores tienen como fondo último una cuestión ideológica. Si, por parte del FMI, el problema fuera garantizar que los acreedores recibieran, total o parcialmente, el importe de la deuda que ha sido calificada de "ilegítima, ilegal y odiosa", ya habría visos de solución. Ahí está el antecedente de la deuda alemana tras la II Guerra Mundial. También los compromisos de recortes planteados por Alexis Tsipras en el límite de la dignidad para su pueblo.
Castigo ejemplarizante
Se busca, por una parte, que el mal ejemplo griego quede en un fracaso tan grande que ningún otro país de la UE defienda los contenidos económicos y sociales de los Derechos Humanos o la Carta Social Europea. Plantear una subida de los impuestos indirectos, alargar la edad de jubilación o rebajar los salarios es impedir una mínima recuperación o creación de empleo que pueda afrontar el servicio de la deuda.
Grecia debe ser castigada por su mayoritaria opción electoral. Y los traidores a su patria, mediante la evasión de capitales, deben ser recompensados por su fechoría. Delenda est Syriza. La actitud de la troika va más allá de garantizar el cobro de la deuda (por otra parte dudosa): intenta propiciar una variante del golpe de Estado.
Sin embargo debiera repasar la historia de la Grecia del XIX y sus problemas con la deuda. Las actitudes de Alemania, Inglaterra y Francia en aquella época provocaron auténticos polvorines. Quien siembra vientos recoge tempestades. Y el euro no está para trotes. El día 5 el pueblo griego decide entre la troika o su voluntad soberana.