
Alexis Tsipras ha colocado a Grecia en el epicentro de un experimento científico al romper la negociación con Europa y convocar un referéndum para que los ciudadanos decidan si aceptan el contrato de financiación que la troika ha puesto sobre la mesa. Su país será el banco de pruebas que mida la viabilidad del modelo que la izquierda extrema propone al continente.
El desenlace tendrá consecuencias económicas y políticas duraderas. De ahí que la Comisión y los gobiernos se hayan apresurado a dar la batalla por el 'Sí'. Necesitan ganar. Lo que está sobre el tablero es el modelo de representación sobre el que se construye todo lo demás.
Su modelo hasta el final
Syriza -al igual que Podemos- es el producto de los movimientos antiglobalización que en las últimas décadas han clamado por una democracia asamblearia o directa frente a la representativa. Esa es la razón por la que Tsipras ha dado a los griegos la última palabra. Sabía cuando ganó las elecciones que tendría que negociar un programa de reformas, pero ha decidido no decidir, sino dejar la pelota en el tejado de los griegos. No es un gesto de cobardía, ni una dejación de funciones. Es su modelo y lo va a llevar a las últimas consecuencias.
A primera vista, lo suscribiríamos. Sin embargo, cuando saltamos de la teoría a la práctica, genera interrogantes: ¿quién determina cuándo y en qué casos se convoca un referéndum?, ¿votaremos sólo cuándo interese al líder?, ¿y si tuviéramos que hacerlo cada semana?, ¿se puede gobernar así?, ¿para qué los políticos si al final decidimos nosotros?
Obviamente, no es tan sencillo... Menos aún si nos centramos en este caso concreto de Grecia. A corto plazo, bancos cerrados y el dinero racionado. Y, después, salga el resultado que salga de las urnas, una población polarizada y desconfiada... A ver cómo gestiona eso el primer ministro griego...