La perífrasis, en retórica, consiste en dar un rodeo para evitar una expresión común ya conocida. Generalmente, se utiliza para dar carta de normalidad, e incluso de consenso generalizado, a conceptos, vocablos y expresiones que han generado a lo largo de la Historia un rechazo más que justificado. Otras veces la perífrasis consiste en una palabra, supuestamente inocua, para sustituir con ella a otra cargada de connotaciones negativas.
Resulta sorprendente -e indignante - la forma y manera con la que los políticos y apologetas del sistema justifican las mayores tropelías y atentados contra los contenidos económicos y sociales de la Declaración de los DDHH y otros documentos que sobre estas materias vinculan a los Gobiernos. Me refiero al uso de la perífrasis consistente en sustituir la palabra capitalismo por una de sus características, el mercado.
De esa manera, mercado se transforma en algo inaprehensible, absoluto y fuera de la voluntad que se expresa de manera incontestable. Pero además, no obedece a designios, acciones o presupuestos radicados en personas o en grupos; su voluntad es omnímoda. Esta religión animista y tribal para consumo de economistas apolíticos, intereses más que concretos y masas sojuzgadas mentalmente, recuerda, como copia deleznable, la filosofía de Henri Bergson sobre el Élan vital o impulso finalista y providencial.
Cada vez que hablan los defensores de este orden económico y social recuerdan a los gurús o hechiceros que, administradores de la divinidad, piden sumisión, conformidad e incluso adhesión al Moloch que pide sangre, sacrificios y dolor en nombre de una recuperación que nunca llega para la mayoría. Combatir la irracionalidad perniciosa que esta perífrasis expresa es una prioridad absoluta. Por eso es urgente el desmontaje racional de esta superchería. Quiero decir que el combate de ideas, valores y principios, siempre necesario, es ahora fundamental y perentorio.
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