
Todo parece indicar, al escribir estas líneas, que un acuerdo entre Grecia y sus socios está muy próximo, tal y como desde este periódico se viene avanzando desde hace tiempo. Las fuertes subidas de los índices bursátiles del viejo continente; la consistente relajación de las primas de riesgo de los periféricos; y las muy posibilistas declaraciones del presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, son muestras de que el acuerdo parece inminente.
Aún cuando no tenemos constancia todavía del mismo, insisto nuevamente, todo parece indicar que sí, que esta vez, a diferencia de otras, tendremos por fin acuerdo. Demasiada alegría y euforia demuestran los agentes económicos y políticos para que sean salvas de pólvora.
Con el acuerdo, que tendrá que valorarse posteriormente y de forma detenida, Alexis Tsipras podrá esgrimir ante su partido y la opinión pública griega que ha conseguido alargar la negociación hasta que los griegos no tuviesen que "doblar la rodilla" frente a los acreedores; el país consigue mantenerse en el euro, como la mayor parte de la población helena quería, y además le permitirá "venderlo" al ala más izquierdista de su partido Syriza, formación que estaba llegando a fuertes niveles de una posible escisión.
Para los acreedores supondrá poder contentar a las opiniones públicas manifestando que Grecia toma medidas en materia muy controvertidas como las jubilaciones anticipadas, elevación de la imposición con recalificaciones de productos en las cestas de gravámenes de el IVA y alguna medida adicional.
Habrá que dar las gracias una vez más y van no sé cuántas al BCE que, con el tiempo que ha ido añadiendo al cronómetro con sus ampliaciones de liquidez a los bancos griegos, demuestra su fuerte compromiso con la no ruptura del euro.
En esta negociación no se jugaba tan solo la salida de un país, que hay que recordar que entró falsificando sus cifras de déficit, sino que se jugaba la existencia mismo de la moneda única. Una moneda que desde el primer momento se ha concebido mal, muy mal, pero que para los países que ya estamos dentro de ella la salida de la misma parece abocarnos a un escenario aún más catastrofista.
Este escenario, el de la salida de Grecia, no solo sería pésimos para Europa, especialmente para los países periféricos, sino para todo el mundo. Grecia, como muy bien se venía manifestando por los grandes organismos y por el mismo EEUU, era un nuevo Lehman Brothers, un episodio sistémico, en la actual terminología, que podría recuperar la pesadilla que parece vamos dejando atrás, aún cuando para el próximo año parece haber motivos de preocupación.
Poco puedo comentar sobre mis impresiones en cuanto a lo acordado, por razones obvias, pero sí hay una serie de cuestiones que desde éste mismo momento se pueden destacar. La primera es, sin lugar a dudas, si es un acuerdo sólido y duradero en el tiempo, aspecto sobre el que, desde este mismo momento, me manifiesto en contra. En mi opinión lo que podemos ver es un acuerdo temporal pero no definitivo, que sirve para abrir un periodo de negociación entre equipos técnicos.
Si lo prefieren, más que medidas concretas y definitivas son gestos entre acreedores y deudores, unidos a una financiación temporal de aproximadamente unos seis meses de los actuales vencimientos, delimitando ya una base para una ulterior negociación a nivel técnico que permita cerrar un acuerdo definitivo en cuanto al tema griego y con miras, como no, en solucionar próximas crisis en episodios de deudas insostenibles.
En mi opinión será en este periodo donde se debatirá la reestructuración de la deuda griega, la cual podría obtener términos de conversión, en una determinada proporción, hacia una deuda perpetua. Podría ser, incluso si hay altura de miras, que esas negociaciones terminen fructificando en el gran diseño que le queda al euro y que no es otro que el del tesoro europeo y la emisión de financiación mutualizado.
Desde luego si la tragedia griega y el sainete en el que se ha convertido sirviese para ese tesoro europeo, así como para solucionar casos de crisis de sostenibilidad de deuda pública de los diferentes países, podría darse como muy fructífero la experiencia griega. No debemos olvidar que los países europeos acumulan, muchos de ellos, enormes cantidades de deuda que, siendo benévolos, serán como mínimo complicadas de pagar.
Además de todo ello es necesario pensar en cuál va a ser el modelo económico a seguir de un país como Grecia. Ahora mismo el país está quebrado y necesita de la buena voluntad de sus acreedores, pero además los responsables griegos deben pensar que la actual situación es insostenible. Grecia debe luchar por tener una agencia tributaria y fiscal seria, donde la evasión fiscal no alcance los niveles de escándalo que les ha llevado a esta situación. Pero más allá de la situación fiscal, el país necesita, también, un modelo económico donde el déficit comercial no alcance los dos dígitos sobre el PIB como viene registrando de forma habitual.
Habrá que verlo todo, y como se incardinan los puntos señalados. Ni Grecia, ni el área del euro, ni Europa, ni el mundo pueden permitirse seguir con patadas. Los acreedores tendrán que reconocer que la deuda del país que gobierna Tsipras es impagable, pero Grecia deberá reconocer que no puede seguir viviendo del crédito concedido por los países europeos. Todos necesitamos un acuerdo sólido que permita al país heleno salir del actual atolladero, no un acuerdo puntual para retrasar nuevamente la crisis.