Firmas

Europa intentará que Grecia se quede

Peleas encarnizadas en público. Acusaciones de mala fe y deshonestidad. Plazos sin cumplir y negociaciones que se prolongan indefinidamente. Un enfado por temas de dinero, en el que las viejas deudas se desempolvan y se tiran a la cara de los demás. Si Grecia y sus socios de la eurozona fueran una familia de humanos y no países, hasta el psicoterapeuta más indulgente les diría seguramente que tiren la toalla y dejen de actuar como si pudieran vivir bajo un mismo techo.

Y, sin embargo, a los griegos no les van a echar del club. Los plazos van y vienen, y las peleas nunca se acaban pero los inversores deben saber que la eurozona no está a punto de dejar que el país se vaya. ¿Por qué? Cambiaría a la moneda única para siempre y no para mejor. Por muy fea que se ponga la relación, siempre se llegará a un acuerdo.

En los últimos días, el drama griego ha alcanzado nuevas alturas de amargor. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que ha intentado gestionar un acuerdo, acusó al primer ministro griego, Alexis Tsipras, de retractarse de sus palabras. "No tengo ningún problema personal con Alexis Tsipras", aseguró. "Somos amigos pero, francamente, para mantener la amistad él tiene que acatar unas reglas mínimas". En respuesta, Tsipras le advirtió de que si no se llega a un acuerdo con su país, el edificio entero se vendría abajo. "Sería el principio del fin de la eurozona", dijo al periódico italiano Corriere della Sera. "Si Grecia fracasa, los mercados se pondrán inmediatamente a buscar al próximo. Si las negociaciones fracasan, el coste para los contribuyentes europeos será enorme".

El meollo del conflicto es el mismo de siempre. Grecia no se ha adaptado a los requisitos de compartir divisa con Alemania y Francia, y el resto del contenido no ha rebuscado bastante los bolsillos para mantener a flote a su vecino del sur. El resultado ha sido una depresión económica de esas que el mundo desarrollado no veía desde los años 30 y una carga de deuda que ha salido disparada fuera de control, y alcanza el 180% del PIB según los últimos datos. Grecia ha incumplido un pago al Fondo Monetario Internacional y debe abonar millones más este verano para seguir a flote.

Aun así, el resto de la UE no está dispuesto a entregar más dinero a Grecia salvo que el gobierno siga con los recortes del gasto público, aumente los ingresos y continúe reformando una economía sepultada por la burocracia y unas prácticas restrictivas, incluso si el partido Syriza de Tsipras salió elegido precisamente para revertir las reformas. De no llegar a un acuerdo, se correría el riesgo de que Grecia saliera de la moneda única, razón por la cual los rendimientos de bonos griegos han vuelto a subir como la espuma.

No cuesta entender cuáles son los riesgos y eso está poniendo a los mercados nerviosos, lógicamente. Pero también conviene centrarse en los factores que unen a estos países. "Una buena norma es que una vez que una familia repudia a un hijo, la familia no vuelve a ser la misma", sostenía el ex secretario del Tesoro estadounidense,

Lawrence Summers, en una charla en el foro de inversión internacional Amundi celebrado en París, hace hace ya días, dijo: "Si un país abandona el euro, pasa lo mismo".

No cabe duda. En realidad, hay dos factores que están manteniendo a Grecia dentro de la moneda única y que obligarán al resto de Europa a seguir rescatando al país por muy mal que se porte.

El primero, como decía Summers con razón, es que no es solo un acuerdo económico; también es una familia. Si se deja a Grecia marchar, cambiará la naturaleza de la moneda única para siempre. Ya no será una comunidad auténtica de países que han puesto en común sus activos financieros sino un régimen de tipo de cambio fijo, como los que han fallado tantas veces en el pasado.

Nadie duda de que Nueva York y California rescatarían a Texas en caso de crisis, aunque también habría muchas quejas. Londres y Manchester rescatarían a Gales si tuvieran que hacerlo. Si los Estados de la eurozona no están dispuestos a ayudarse entre sí, se convierte en una unión monetaria mucho más suelta, menos formal y con menos probabilidades de tener éxito a largo plazo. La Unión Europea quedaría destruida por las dudas y se sentiría culpable por lo que le ha hecho a Grecia durante años y quizá décadas. Tal vez sobreviva pero sería temerario darlo por supuesto.

Lo segundo es el contagio. A pesar de tantos cortafuegos, nadie sabe en realidad cuáles serían las consecuencias de la salida de Grecia del euro. "El impago griego sería un fracaso financiero del tipo Lehman", opinaba High Frequency Economics en una nota la semana pasada. "Cuando algo tan grande se rompe, nadie puede estar seguro de las consecuencias imprevistas".

Totalmente cierto. Grecia puede que solo represente un nimio 3% del PIB total de la eurozona (es decir, que aunque desapareciera del todo, un solo año de crecimiento decente sustituirá la producción perdida) pero nadie sabe con exactitud dónde están todas sus deudas ni cuál sería el efecto de perder ese dinero.

Los líderes de ambos bandos se enfadarán cada vez más entre sí pero a la hora de la verdad, todos tienen demasiado en juego como para abandonar. La eurozona es una familia disfuncional, cuyos miembros tienen muy poco en común pero, como casi todos sabemos por la experiencia personal, hasta las familias más disfuncionales se quedan juntas durante un tiempo extraordinariamente largo. El punto final llegará un día pero todavía queda tiempo y, hasta que no se aproxime, los inversores harán bien en no hacer caso al jaleo.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky