
A los 67 años de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, los 54 de la Carta Social Europea y 37 de la Constitución Española, hay en el mundo laboral español situaciones que no sólo nos retrotraen al siglo XIX sino que contienen elementos rayanos en el modo de producción esclavista. Intentaré resumir una serie de hechos perfectamente evidentes en la cotidianeidad.
La gran empresa A va reduciendo plantilla de forma paulatina con el respaldo de las reformas ad hoc del mercado laboral. La excusa es doble; de una parte las innovaciones técnicas que hacen prescindibles a muchos trabajadores. La otra, las necesidades dimanantes de un mercado competitivo que exige reducción de costes salariales.
Al poco tiempo, la empresa A multiplica por cuatro el número de trabajadores que tenía antes de la reducción de plantilla. Pero lo hace bajo un mecanismo que es un auténtico hallazgo. Establece con los nuevos trabajadores una relación interempresarial: contrata los servicios de cada trabajador bajo la fórmula de autónomo que recibe encargos para desarrollar tareas que anteriormente realizaba la primitiva plantilla.
Como el trabajador-empresario es autónomo, corre a su cargo la Seguridad Social y la ardua tarea de realizar trabajos a tanto la unidad, la hora o el encargo del cliente. Los horarios no existen y la ley de la selva entre el pez grande y el chico se enseñorea de la leonina relación contractual.
Claro está que A puede alquilar herramientas, instrumentos o cualquier otro utensilio a los empresarios de la subcontrata. De esta manera consigue, vía extorsión, fidelizar plantilla a costos irrisorios. Lo que ocurre es que este invento de la modernidad y la economía pura no es nuevo. Procede del Medievo y se llama, adscripción a la gleba. Empresas como A hacen avanzar la Historia. Ya han llegado a la Edad Media. Felicitemos a estos filántropos. Y hagámosles un homenaje en Alcalá Meco.