
Días de pactos, conversaciones, idas y venidas en el panorama político español. Días de reuniones y declaraciones en la plaza pública, mientras que las decisiones se toman en privado. Los dos grandes y tradicionales partidos del arco parlamentario español, PP y PSOE, tan necesarios para dar estabilidad al país, afrontan esta difícil etapa, esta profunda herida del bipartidismo, con los deberes por hacer.
No me refiero a la decisión de con quién pactar (en el caso de que puedan elegir), sino a la necesaria regeneración que los ciudadanos han exigido con su voto en las urnas. Creo que es ese y no otro el auténtico mandato de la sociedad española: regeneración y tolerancia cero, pero de verdad, con la corrupción y los corruptos.
El PP tiene mucha tarea por delante. Esos casos con cuentagotas que torpedean sus intentos por tomar aire son, entre otras cosas, una consecuencia clara de no haber actuado con firmeza y determinación contra los corruptos, buscando siempre una excusa para mantenerlos, no ir a por ellos y tratar de minimizar así el golpe electoral. Pues los votantes ya han gritado que no van a tolerar más esa tibieza.
¿Tomará nota de una vez el partido? Si nos atenemos a los dos últimos casos, los de los dos consejeros de Madrid imputados, parece que no. Algunas áreas del partido trataron de evitar su dimisión en el cargo alegando lo de siempre: que cesar es un reconocimiento implícito de la culpa y que eso no es lo que conviene. Pues que siga así el PP.
Puede que se haga realidad su pesadilla de pasar a ser la tercera o cuarta fuerza política. En el PSOE han hecho ya algunos deberes. La regeneración del partido, la llegada de savia nueva, ha quedado en poca cosa ante la inacción de una Susana Díaz que, confiada en su victoria electoral, no ha puesto en marcha la aspiradora para recoger todos los escándalos de corrupción que asolan la Junta de Andalucía. El tiempo también corre en su contra.