
El mapa político que han dejado las últimas elecciones municipales y autonómicas, obligará a difíciles encajes de bolillos políticos. Los contactos se suceden a alto nivel, a puerta cerrada. Una práctica ya habitual de la política española, donde el ciudadano simplemente deposita el voto. Después de meter la papeleta en la urna todo sucede a sus espaldas. Incluso si el votante optó por una formación política cuyo programa le parecía el más adecuado a sus intereses, constatará que la realidad posterior, sea cual sea ésta, lo dejará seguramente sin cumplir. Ya tendrá una nueva oportunidad cuatro años después.
Las noticias, pocas y confusas, sobre lo que sucede extramuros de las reuniones de los diferentes líderes, dejan algunas informaciones que, en lo económico, resultan preocupantes para el contribuyente. En este caso contribuyente municipal o autonómico; es decir, todos nosotros, seamos personas físicas o jurídicas. Aunque no todo parece negativo.
Ahí está la posible futura alcaldesa de Madrid quitando preocupaciones al Fondo Monetario Internacional, al que ha transmitido, después de su reunión con el presidente de Bankia, que no tiene nada que temer. Ahí queda, aunque, los analistas del FMI tengan ahora otras preocupaciones más urgentes, como pueden ser los próximos pagos que ha de afrontar Grecia. Ya tendrán tiempo de preocuparse por España en el futuro.
Estas elecciones han demostrado también lo que puede sobrevenir en noviembre, en las generales. Un mapa político que será de nuevo confuso con imperiosas necesidades de pactos. Parece que los españoles apuestan por el experimento de la fragmentación, aumentando las dificultades en un país donde se mantiene la norma de que al enemigo (político) "ni agua". Lo cual vuelve a dejar un espectro ya antiguo de derechas contra izquierdas, en un momento histórico donde las derechas son marginales y las izquierdas se acomodan con rapidez a la forma de vida de la gauche caviar.
Parece cierto, sin embargo, que lo que marca la dirección del voto es el hastío ante la corrupción; de ahí la búsqueda de nuevas opciones que la saque definitivamente del escenario social. Una corrupción que procedente de la derecha (manteniendo el anticuado término) se hace aún más rechazable, en tanto que los corruptos tienen nombre y apellidos, y se organizan en forma de cárteles o tramas que se identifican con nombre propio, sean Gürtel o Púnica.
Por el otro extremo, la situación es otra, ya que las tramas se oscurecen en lo social. Véase el interminable caso de los ERE donde parecen haber sido miles los beneficiados. Lo cual lleva a la conclusión de que el votante acepta de mejor grado el reparto socializado de la corrupción, aunque sólo sean unos pocos los que disfruten de langostas y bogavantes. Con esto, la corrupción ataca de manera directa al PP y se enmascara, de alguna manera, en el PSOE, aunque ambos sufran el desgaste y su recuperación electoral sea muy difícil en el medio plazo.
No bastarán los cambios cosméticos, ni el anuncio constante de que España es el primero en la liga económica de la OCDE. Las elecciones, parece ser, se ganan desde el populismo y desde la televisión; curiosamente desde una cadena televisiva que fue salvada de la quiebra por el Gobierno actual, y entregada a unos supuestos aliados; al igual que se hizo con la otra cadena disidente, facilitando de la misma manera su adscripción al grupo de enfrente, para así crear un duopolio televisivo que controla el 90% de los ingresos publicitarios del país, en un alarde de fina estrategia política: salvar al enemigo para que acabe con uno mismo.
En lo económico, los programas electorales que nacen de los partidos agarrados al populismo son eso mismo: populistas. Una serie extensa de recetas donde no se sabe ni el coste de las mismas, ni a quién alcanzarán los beneficios. Ahí tendrán todo tipo de términos que suenan muy bien al oído: más empleo público (en un país donde todos quieren ser funcionarios); economía social (no importan ni lo que significa, ni cómo se puede llevar a cabo); economía verde y sostenible (otro interesante mantra económico); banca pública (a lo que se le puede añadir, en el caso de los ayuntamientos, la "municipalización" de los servicios); aumento de los servicios públicos (aquí se puede uno encontrar con el concepto de presupuestos participativos, y siempre con la nacionalización de servicios externalizados desde hace años); vivienda pública y barata (gestionadas por nuevas agencias públicas de alquiler); nuevas planificaciones urbanísticas y cierre de las ciudades al tráfico rodado (que no sea en bicicleta); y, por supuesto, aumento de impuestos en múltiples formas (siempre referidos a negocios o impuestos directos como el IBI, o también impuestos a las grandes empresas).
Más impuestos que se sustentan bien desde la frase del nuevo diputado de la Asamblea de Madrid cuyos sólidos argumentos económicos no dejan lugar a dudas: "?, os vamos a hundir y a freír a impuestos". Dejo los puntos suspensivos para ustedes, nada mejor que un buen insulto para reforzar los argumentos. Como siempre, la Ley de Murphy: "Si hay algo susceptible de empeorar, empeorará".