
El presente, siempre informe, se hace inteligible si acudimos a la historia para identificar dinámicas paralelas que nos hablen de eso que Ortega y Gasset llamó el espíritu del tiempo. Las democracias actuales han degenerado en una nueva forma de despotismo ilustrado, aquel cuyo lema era: "Todo para el pueblo pero sin el pueblo". Los partidos y elecciones nacidos para acercar el poder a los ciudadanos han involucionado hacia un aparato de legitimización de una clase política profesionalizada en el peor sentido de la palabra, que mediante un sistema de listas cerradas monopolizan el poder y se constituyen en gestores de la cosa pública procurando mantener al ciudadano a distancia con una gestión deliberadamente opaca. Unos modos y maneras que han sido el mejor caldo de cultivo para el desarrollo de una elite extractiva de amiguetes y corruptos. Y un estado de cosas que con el detonante de una corrupción generalizada ha deslegitimizado a la generación de la Transición y ha abierto paso a que la siguiente cuestione y desdeñe todo lo que hasta hace poco parecía inamovible.
Las crisis siempre se cocinan en el fuego lento del cinismo y el desencanto. Una nueva generación se asoma al mundo y como a las precedentes tampoco le gusta lo que ve. Una generación moldeada por una tecnología que convierte a cada individuo en un centro o hub. Mientras prensa y televisión fomentan estructuras jerárquicas que conforman opinión de arriba-abajo, las redes sociales son integradoras y generan estados de opinión de abajo-arriba. El partido ente jerárquico, -el que se mueve no sale-, ahora debe transmutarse en mecanismo facilitador de la participación ciudadana: el elector reconvertido en partícipe. Esa es la cultura que las nuevas tecnologías engendran y en las que no hay marcha atrás. Los avances tecnológicos han sido siempre el motor de la historia y si de algo podemos estar seguros hoy a nivel global es que estamos asistiendo a la muerte del viejo sistema y al nacimiento de un tiempo nuevo que como todos los procesos tendrá una infancia complicada y llena de errores, pero errores en la buena dirección; de los que afinan el futuro. Un proceso todavía incipiente y que incluso aquellos que los lideran no acaban de entender en todo su alcance, como es el caso del dominante Pablo Iglesias aferrado todavía al trasnochado papel de líder carismático de una nueva era.
La lectura de los programas de las dos formaciones, que no partidos, que con toda seguridad se harán con las alcaldías de Barcelona y Madrid, las dos ciudades mas importantes de España, son una larga y prolija carta a los reyes magos producto de una elaboración participativa en la que cada colectivo, cada grupo, ha volcado sus propuestas y deseos para una sociedad mejor y mas justa. No hay nada reprochable en ello, excepto su idealismo. Pero ese idealismo es precisamente el que nos ha hecho avanzar como especie, así que conviene prepararse para un periodo de cambio y ajustes, porque mas allá de cualquier propuesta concreta y localizada lo que subyace en ambos programas, las frases que mas se repiten son: auditoria de la gestión realizada, transparencia y participación ciudadana. Los famosos Soviets como denomina a las juntas vecinales y de distrito ese conocido dinosaurio selectivamente ciego y sordo de la política municipal madrileña.
Y si de algo podemos estar seguros los barceloneses es que a Bc en comú le va la vida y su futuro en desenterrar todos los cadáveres ocultos en los recovecos de la administración para poner en evidencia al gobierno de CIU y de paso si es posible al Tripartito. Porque el objetivo principal que impone su propia dinámica política no puede ser otro que dinamitar a la casta política y los intereses económicos y clientelares adjuntos. Con eso les basta. Y para eso lo único que tienen que hacer es dejar al descubierto las interioridades hasta ahora celosamente veladas al escrutinio público para acabar con los restos de ese naufragio llamado Convergencia, la misma que, a petición de la Fiscalía, acaba de sufrir el embargo de quince de sus sedes.
Y lo que van a sacar las auditorías no va a ser nada bonito ni ejemplar, aunque esté sancionado por la legalidad vigente. Barcelona -como Madrid- ha sido la gran ubre de la que han chupado los grandes intereses económicos. Constructoras, concesionarias, etc.; todo un entramado de negocios y de jugosos puestos de libre designación que han servido para mantener a la burguesía catalana silenciosa ocupada con mamar ávidamente de esa gran teta del presupuesto del Ayuntamiento de Barcelona y su Diputación. Con él se han comprado silencios y favores. Ahora se enfrentan a una revisión a fondo de contratos y prácticas en la miríada de instituciones que directamente o indirectamente dependen del Ayuntamiento y que podrian suponer una nueva ola de escándalos que sumar al desprestigio de la era Pujol y su clan.
Mas allá del descalabro que para el soberanismo catalán suponga la pérdida de la ciudad de Barcelona, lo verdaderamente importante es el cambio del foco de la vida política. De las ensoñaciones independentistas a los problemas reales de los ciudadanos: sanidad, vivienda, alquileres sociales, educación, transparencia y plena participación ciudadana en la gestión y planificación de esa ciudad que habitamos y con la que tanto nos identificamos. Unas ciudades que dejen de ser trofeos de los partidos para convertirse en espacio y escuela de democracia y participación ciudadana.