
Anteayer fueron los cantos sobre una recuperación que no incide sobre la mayoría de la población. Ayer las delirantes, abstrusas e inútiles campañas electorales. Mañana, horas y horas de cálculos, pactos, "gobernabilidad", "voluntad ciudadana expresada en las urnas" y demás lugares comunes para solaz de comentaristas y todólogos. Pasado mañana, como si no ocurriese nada, más precampañas y campañas. Y así hasta el agotamiento.
Mientras tanto, y si la llamada recuperación continúa, se tardará años en reducir el paro al 20%; las rentas disponibles de las familias con menos ingresos superarán el 15% de pérdida de poder adquisitivo; seguirán aumentando las desigualdades; el Estado continuará endeudándose con la banca; las pymes no encontrarán financiación y el proyecto europeo seguirá desangrándose en Grecia y también por las presiones de un David Cameron que busca ampliar el cheque británico.
Creo que las fuerzas políticas y sindicales, los formadores de opinión, la intelectualidad (¿dónde está?) y los medios de comunicación en general, deben, de manera inexcusable, afrontar el debate del futuro de nuestra sociedad y de nuestro país. No se puede seguir pasando de puntillas, campaña tras campaña, ante los condicionantes del euro, la UE, la deuda y el impacto del TTIP sin asumir o rechazar, con sus consecuencias dimanantes, el estado de las cosas y el futuro.
La sociedad española tiene el derecho y el deber, de inquirir, demandar y exigir el debate del porvenir para tantos jóvenes que no sólo no lo perciben sino que ni siquiera sienten la necesidad de abordarlo. No se puede hablar de España sin que ese proyecto (¿existe?) esté o mal sobreentendido o peor omitido a conciencia.
Desde mis recuerdos de combatiente clandestino por la democracia, siento que cada convocatoria electoral está derivando en una evasión de la realidad. Un soporte para la cómoda amnesia.