
Estamos asistiendo paralizados a un creciente y masivo desplazamiento de poblaciones desde el sur del Sahel hacia el norte desarrollado. La televisión por satélite e Internet han creado expectativas que no pueden ser satisfechas en sus países de origen. Las razones para el fracaso de estas sociedades y la falta de perspectivas que generan son variadas: algunas ajenas a las poblaciones, producto de guerras y calamidades naturales; otras intrínsecas, propias de las carencias de una cultura y/o una religión fanática e intolerante que impide a esas sociedades avanzar y construir ese mundo al que aspiran, pero que no están dispuestos a materializarlo reformando sus estructuras culturales y familiares.
Vienen en busca de un futuro ready made que son incapaces de construir en sus países de origen y muchos vienen, y ese es el problema, no a integrarse sino a enquistarse en las sociedades de acogida con la pretensión de mantener e incluso imponer los mismos valores y actitudes que crearon las sociedades atrasadas y disfuncionales de las que ahora huyen.
Occidente y su prosperidad no es el producto de la casualidad sino de una larga y dolorosa historia de adaptación constante al cambio y de apertura a las nuevas ideas. Nuestra grandeza reside en el reconocimiento de nuestra ignorancia y en el empeño de ampliar paso a paso nuestro saber desechando las certezas y tiranías teocráticas; esas que se erigen como sistemas cerrados: principio y fin de todo conocimiento.
Hay religiones tan totalitarias y tan excluyentes como el peor fascismo y que, sin embargo, se supone debemos tolerar en aras del principio de libertad religiosa. Hemos tardado siglos en liberarnos de la mordaza de Roma y Calvino, para encontrar una vez mas en el seno de nuestras sociedades actitudes que habíamos superado y que ahora ponen en peligro la convivencia de ese mosaico de diferentes procedencias que hoy constituye Europa.
Aceptar responsabilidades limitadas
Tenemos que responsabilizarnos del presente y ser conscientes del futuro que estamos dejando a nuestros descendientes. Estamos recibiendo sin ningún tipo de control un tipo de inmigración de difícil asimilación, escasamente escolarizada y sin las competencias necesarias para acceder a un mercado de trabajo cada vez mas escaso y que exige también cada vez mayor preparación técnica. Para la mayoría el único destino posible es vivir de la asistencia, aislados en un mundo en el que le es difícil integrarse por cultura, educación y posibilidades económicas. Con todo lo que eso significa para una segunda generación que con notables y excepciones pasan a engrosar la filas de los no asimilados y los resentidos. Nosotros en Europa no podemos cargar con todas la miserias del mundo.
Ni Jesucristo invitó a todos los hambrientos a las bodas de Canaán ni durante su estancia entre nosotros obró el milagro de curar a todos los leprosos. Eso fue tarea de la ciencia. Lo que si esta en nuestra mano es obrar con inteligencia, preservando y defendiendo sin concesiones los valores que nos han permitido construir una sociedad inclusiva, laica y cuyo progreso está basado en mirar al mundo con una mirada abierta e inquisitiva.
A cada generación se le plantea un reto histórico no siempre agradable, no siempre éticamente deseable, pero las cosas son lo que son no lo que el pensamiento débil que compra sus pechugas de pollo en el supermercado -ignorando el matadero- le gustaría que fueran. Y la conclusión inescapable es que no podemos ser el destino de medio mundo desembarcando en nuestras costas sin control ni medida.
No es solo un problema gravísimo de seguridad, que también: es principalmente un problema de nuestra capacidad de acogida. Lo que sí podemos hacer es no tolerar gobiernos que esquilman sus países. Denegarles los servicios bancarios y los visados que les permiten disfrutar de sus riquezas en nuestras ciudades.
Intolerantes con los regímenes corruptos
Hoy la mejor forma de acogida es la tolerancia cero con los regímenes corruptos y los gobiernos que en un nueva forma de colonialismo saquean a sus pueblos. Demos acogida a los refugiados legítimos de la persecución y las guerras, especialmente a las comunidades cristianas que son perseguidas por su fe pero cerremos nuestras fronteras a los que desembarcan sin otro motivo que asentarse en Europa. Quien tiene recursos para emprender un largo viaje que en ocasiones dura años hubiera sido mejor que hubiera dedicado esos esfuerzos y esos miles de dólares a labrase un futuro en su propia tierra.
Poder plantear estas consideraciones sin ser amordazado con el estigma de racista o xenófobo es uno de los logros de una sociedad libre. La propuesta de Juncker sobre inmigración nos emplaza hoy a abrir un espacio sereno y pragmático de reflexión sobre un tema que está transformando profundamente nuestros países y del que ha estado excluido gran parte de la opinión publica.