
Una Unión Monetaria (UM) exige una economía que sea competitiva y Gobiernos que adecuen su política a ese contexto. Sustancialmente, para la economía y el sector privado de un país participar en una Unión Monetaria supranacional es en conjunto positivo, pues abarata las exportaciones y las importaciones y favorece la competencia y la productividad. En cambio, para la política y el Gobierno de un país participar en una UM supranacional es en conjunto negativo, ya que dicha unión reduce su poder discrecional.
Luego, deduciremos dos conclusiones: con una UM el mercado avanza y el Estado retrocede; y en una UM supranacional el papel de los Estados cambia. Desde 1999, pues, en la UM europea hay un reacomodo de las economías que conforman la zona del euro y un reencaje de sus Estados.
Unión bancaria y movilidad laboral
Para añadir complejidad, el eurosistema no es un área monetaria óptima. Ojo, que éstas son palabras mayores. No se dan dos condiciones que son clave para que una UM funcione de un modo equilibrado: falta la llamada unión bancaria, y falta una real movilidad de la fuerza de trabajo y flexibilidad de los salarios.
Sin unión bancaria, la intermediación entre las entidades financieras de cada Estado necesita de un mecanismo ad hoc (en este caso, el Target 2, administrado por el BCE) que en momentos de stress como los actuales puede descompensarse. No obstante, en 2015 esta unión bancaria ya está llegando, con la introducción del supervisor único.
En cambio, la segunda limitación grave de la Unión Monetaria Europea, la inmovilidad del trabajo y la rigidez de los costes laborales tiene pocos visos de arreglo inmediato. Sin este requisito los mercados de trabajo no se equilibran ni en cantidades y tienden al pleno empleo, ni en precios, por lo que hay importantes sobrecostes laborales directos e indirectos.
De este modo entendemos que el paro sea extraordinario en aquellos países donde es mayor la protección de la entrada, salida y negociación del mercado de trabajo, esto es en la europeriferia.
Estados muy diferentes
Hay una tercera limitación: las sustanciales diferencias estructurales entre países en razón de la geografía, la historia, los distintos niveles de desarrollo y la diversidad de las políticas sociales y demás regulaciones.
Todo ello explica que, tras la introducción del euro, las economías y los países de la eurozona, en lugar de converger, hayan divergido. En los países de la europeriferia menudean los déficit público y comercial y el paro es abisal. Mientras, en el eurocentro hay un holgado superávit comercial, las finanzas públicas rozan el equilibrio y el paro lindará el 5 por ciento. Las consecuencias de la UM europea han sido desiguales: mientras algunos países se adaptaron rápidamente y mejor, otros se adaptan lentamente y peor.
Vale decir que, ante todo ello la Unión Europea no ha estado pasiva sino que ha tomado medidas muy significativas y tan extraordinarias como es el rescate de varios países. También está implementando con diversa suerte la nueva gobernanza económica que la eurozona requiere. Pero por todo, hoy Europa está trufada de malentendidos. La Unión tiene, pues, un problema serio: la Comunidad se pensó y fue efectivamente un sagaz ingenio para el entendimiento; pero hoy es fuente de desavenencias.
La UM tiene, pues, dos exigencias: que la economía sea competitiva y que el Gobierno aplique una política compatible con la competitividad y con las de los restantes Estados socios. Al revés, economías no competitivas, con hondos desequilibrios comerciales y en empleo, y con gobiernos díscolos y renuentes a cumplir con las obligaciones libremente aceptadas son incompatibles con la UM, en la que sólo se pueden mantener merced al rescate por los demás socios, los cuales soportan el coste directo y la desconfianza indirecta que atenaza al conjunto de la UM.
La Unión Europea y sus Estados miembros han ayudado a las economías de la europeriferia a ser competitivas. Con su rescate han comprado el tiempo que han ofrecido a sus gobiernos para que adecuaran sus países a las condiciones de una UM. De hecho, en Irlanda y Portugal, así como en Chipre y en la banca pública de España, y fuera de la eurozona en Letonia y en otros nuevos Estados miembros, los rescates han sido muy bien aprovechados. Desde el primer rescate en 2010, la UE, varios países rescatados, así como los mercados financieros han sabido manejar situaciones muy difíciles. Hoy parecen ya descontados los diferentes escenarios para la preservación de la zona euro.