
Uno de los aspectos en los que parece haber un consenso bastante generalizado es el que tiene que ver con la necesidad de impulsar el espíritu emprendedor como un elemento clave para la recuperación de la competitividad. Así, estamos acostumbrándonos a las llamadas al emprendedor como fórmula para facilitar el desarrollo económico. ¿Es el emprendimiento cosa de ricos?
Además, el discurso del emprendedor se proyecta en el ámbito no empresarial y se empieza a hablar, con cierta naturalidad, del emprendedor social. Es curioso, por cierto, que la figura del emprendedor tenga tanta aceptación y, sin embargo, la figura del empresario se encuentre permanentemente zarandeada. ¿O es que el empresario no es emprendedor? Un poco contradictorio, ¿no?
Tengo que reconocer que el discurso del emprendedor, que habitualmente escucho en los últimos tiempos, me resulta un discurso bastante artificial, que no profundiza en el fundamento de las cosas, y que se parece más a un banderín de enganche hacia ninguna parte. Pero, bueno, es comprensible.
En una sociedad como la actual, caracterizada por la superficialidad, la exaltación de la estupidez y la ambición desmedida, pueden tener buena acogida palabras como ésta, que se nos presentan y ofrecen cargadas, al menos en apariencia, de buenas intenciones.
Un tema de importancia crucial
La realidad es que el tema es de una importancia crucial, y me preocupa que la artificialidad del debate amenace con dejar sin efecto una verdadera reflexión sobre la cuestión de fondo. Algo parecido creo que está ocurriendo con la innovación. Una palabra que de tanto usarla sin sentido, y sin la convicción sobre el desafío que supone, la hemos convertido en una muletilla que lo mismo nos sirve para un roto que para un descosido. Estamos llegando a un punto en el que la palabra, lejos de expresar su sentido y alcance, se ha convertido en algo que de tan manoseado, más que calificar descalifica a quien la utiliza.
Y la cuestión de fondo es que necesitamos recuperar el espíritu emprendedor. Un espíritu emprendedor que debe basarse en valores éticos (el respeto por el otro), de cooperación, de perseverancia y de asunción de riesgos. Porque el espíritu emprendedor tiene que ver con los valores; sobre todo con los valores.
Este espíritu emprendedor necesitamos recuperarlo, también, para las instituciones públicas. Unas instituciones públicas situadas bajo el manto de la desconfianza y la sospecha permanente, que han ido desarrollando un entramado legal y procedimental, con la excusa del control, que encuentra su sentido en la desconfianza, que las ha ido transformando en burocracia al servicio de las reglas y no de los valores. Curiosamente, un entramado burocrático que no ha evitado la corrupción y ha instalado, además, la plaga de la ineficiencia.
Menos reglas y más valores
Un país moderno y competitivo necesita activar el espíritu emprendedor de las instituciones públicas para convertirlas en agentes de innovación al servicio del desarrollo y del progreso económico y social. Eso supone revisar nuestro entramado jurídico-legal-procedimental para eliminar burocracia y sentar las bases de una gestión pública eficiente e innovadora. Una gestión que ponga en valor el conocimiento y las capacidades de las personas. Las instituciones públicas no son organismos sin alma, burocracia instalada que sólo se rige por reglas. Las instituciones públicas estás gobernadas y gestionadas por personas que deben tener las herramientas de gestión fundamentales para poder desarrollar su función con eficiencia y capacidad de cambio y transformación. Es mucho lo que nos jugamos.
Necesitamos poner las bases para transformar, de verdad, la gestión de la "cosa pública". Necesitamos caminar hacia una gestión por valores y no por reglas. Una gestión honesta que asuma riesgos, porque la omisión, que es el valor por excelencia de la burocracia, no garantiza, precisamente, la lucha contra la corrupción.
Menos reglas y más valores. Menos procedimientos reglados ad-infinitum y más agilidad en la gestión. Menos burocracia y más innovación. Menos omisión y más acción. En definitiva, más espíritu emprendedor. También para las instituciones públicas.
José Luis Larrea. Economista.