
La incertidumbre se ha despertado de nuevo en la zona periférica, con todo lo que ello conlleva. El centro de atención de nuevo es Grecia, un repetitivo actor principal, que en este momento vuelve a escena con más fuerza que nunca.
Como ya era de esperar el partido de Tsipras consiguió la mayoría absoluta en coalición con el partido ANEL, que poco es del agrado del mercado, y ha sorprendido de manera negativa, no tanto por su procedencia e ideología sino más por la actitud de desafío que ha tomado desde su llegada al poder, y que se agudizó la semana pasada en la gira europea del primer ministro griego y su ministro de Finanzas.
Es fácil desatar una situación ventajista que levante la moral de un pueblo mermado como el griego e insuflar optimismo desde una situación desastrosa para la economía griega, promovida principalmente por discursos y actuaciones contrarias a lo dictado por la troika, llevados ambos desde el prisma populista.
Las restricciones marcadas desde la central económica europea, desatan un malestar en la población griega que favorecen cualquier posición antieuropeísta, pero no se debe olvidar que a esta situación no se llega por condicionantes puntuales, sino por una situación económicamente insostenible en el país heleno; los griegos deberían ser realistas y conocer el pecado del decapitado antes de juzgar al verdugo.
Con un endeudamiento del 175% del PIB el acuerdo parece la única solución, tensar la cuerda por parte de Grecia sólo lo puede sumir en un mal mayor de romperse la misma. Debemos tener en cuenta que ya el propio BCE conocedor de la situación, tiene meses por delante para plantearse incluir o no a Grecia entre unos de esos países sobre los que compraría o no deuda soberana. De momento, ya ha cerrado las líneas ordinarias de liquidez.
En el mismo bando que el BCE, a Alemania tampoco parece importarle la cuantía de 340.000 millones de euros que Grecia debe, bien es cierto, que es un tanto porcentual del PIB que apenas supera el 1% la ponderación de la zona euro propia del país heleno.
¿De dónde viene el órdago griego?
Pero el claro porqué del órdago en la actuación del nuevo Gobierno griego se divide en dos partes en las que se sustenta para generar miedo y ver las posibilidades de ganar el pulso que quiere mantener: la primera, el posible efecto contagio en referencia a la incertidumbre que se generaría sobre los países periféricos, que provocaría también una situación hostil en toda la UE con consecuencias globales, y el segundo punto, y no por ello más importante, el colapso de las entidades financieras griegas que generaría un efecto dominó en sus homólogos, que tendría como claros perdedores a los bancos germanos.
La solución es, fue y será fácil: que Grecia consiga gastar menos de un 8% de lo que ingresa. Pero tal vez hasta que el problema no se ha acotado de verdad, ni acreedores ni deudores parecieron darle la importancia debida ya que tanto unos como otros salieron beneficiados.
No se trata de ver quién tuvo menor o mayor culpa, la situación ha tomado un tono negativo y Grecia es la parte que más tiene que perder pero busca que Europa analice las consecuencias negativas indirectas que tendría una salida de la eurozona, sobre todo, por el efecto incertidumbre que se generaría en la zona euro que actualmente no goza de una salud económica extraordinaria ni mucho menos, a pesar de que el BCE ha salido al rescate garantizando una ayuda monetaria masiva a la deuda pública.
Dentro de los periféricos, Grecia parece ser la excepción de los países con las tareas sin hacer, sin un plan estratégico de viabilidad financiera desde que comenzó la crisis y a la que las inyecciones de liquidez han parecido favorecer en el tiempo a ambas partes, prestamistas y prestados. La hoja de ruta del nuevo Gobierno parece no modificar nada relevante, al contrario, parece prometer que volverá a errores pasados, lo cual nos hace pensar que este planteamiento del programa político obliga de una manera más acelerada a llegar a un acuerdo. Las negociaciones ya han comenzado; todo este tira y afloja parece buscar una mejora de las condiciones de temporalidad e intereses, como ya busco Sámaras en su momento.
Aun si la situación se tornara negativa y la salida de Grecia se efectuara, circunstancia poco probable pero no imposible, Europa no debe temer a la realidad, pues es positiva prácticamente para la totalidad de los periféricos, con unas circunstancias macroeconómicas cada vez mejores, una relajación de las primas de riesgo y una confianza inversora cada vez mayor, lo que denota una clara mejora generalizada. Si a todo ello le sumamos la actuación del BCE y los fines que persiguen los actos del gran ente financiero europeo, la tranquilidad debe estar del lado del inversor, aunque vivamos algún sobresalto puntual.
Jorge López, analista de XTB.