
La victoria de Syriza confirma una vez más que cambian los actores políticos, pero no la forma en que se hace política en ese desafortunado país. Igual que sus predecesores Nueva Democracia y antes el socialista Pasok han ganado el poder comprando la voluntad de los electores con una política de gasto público y subidas salariales impracticables, que resultan en un creciente déficit que hoy ya nadie está dispuesto a seguir financiando.
Tsipras presume de no tener la manos atadas para implementar las reformas que cualquier estado moderno precisa: reforma fiscal, acabar con el amiguismo y nepotismo en el sector público, transparencia y un sistema judicial verdaderamente independiente. No es una tarea menor, especialmente cuando su partido Syriza es una amalgama variopinta de diferentes partidos de izquierda, cuadros de sindicales y rancios comunistas engastados en la ubre de la Administración que, emboscados en las grandes declaraciones, van a luchar por la continuidad de su parcela de poder y privilegios.
Por eso no sorprende que una de las primeras disposiciones de Tsipras haya sido precisamente congelar la reforma del funcionariado público, anunciar dos mil nuevas contrataciones y anular la flexibilidad de destino que permitía la asignación de funcionarios según las necesidades de la Administración. Otras medidas anunciadas como la extensión de la sanidad con carácter universal y electricidad gratuita para 300.000 hogares van a exigir una inmediata puesta al día de la recaudación tributaria, algo que no parece muy factible en un futuro inmediato.
Pasos poco acertados
El aterrizaje en la realidad desde la altura de las grande promesas, sin el paracaídas de una situación financiera solvente, será sin duda bastante duro. Desgraciadamente los primeros pasos no han sido muy acertados.
El primer acto del Gobierno el mismo día de su constitución fue visitar el monumento a las víctimas del nazismo. Un gesto populista y fútil hacia el país que es el primer prestatario de Grecia y que tiene la llave maestra de futuras ayudas son simplemente ganas de ofender por ofender. Especialmente cuando la propia Merkel ante el Bundestag declaró no hace mucho: "No hay una identidad alemana sin Auschwitz".
A continuación, con esa diplomacia de trazo grueso que parece ser el sello del nuevo Gobierno, recibió a los embajadores ruso y chino criticando con dureza la política de la UE en Ucrania. Una política deliberada de desaires que solo servirá para agriar la buena voluntad de Bruselas de la que el nuevo Gobierno griego está tan necesitado.
Uno de los peores errores al que parece encaminarse el primer ministro Alexis Tsipras sería intentar nuclear un grupo de presión con otros países que sin acceso o con acceso limitado a los mercados dependen para su financiación del respaldo de la UE. "Nuestra victoria es también una victoria para todos los países que luchan contra la austeridad impuesta por Bruselas, que destruye nuestro futuro común europeo", ha declamado en tono mayor, olvidándose de que donde no hay futuro es con el modelo griego de fraude fiscal y endeudamiento.
Grecia desafía a Europa
Olvidan también que en concepto de transferencias para el desarrollo -que no préstamos-reciben anualmente de la denostada Europa un 2,7% de su PIB, lo cual sólo es posible gracias al contribuyente europeo que paga sus impuestos. Cualquier intento griego de desestabilizar el sistema exacerbando las tensiones internas existentes en los países miembros en provecho propio sólo servirá para endurecer las posiciones de Alemania, los países de su órbita y aquellos que como España hicieron sus deberes y hoy comienzan a ver los frutos de sus reformas.
Grecia desafía a la Europa del rigor presupuestario y pone a prueba la capacidad de liderazgo de Alemania. En la forma en que pilote este conflicto, forjando consensos amplios, se pondrá de manifiesto la capacidad de su diplomacia y clase política. Si saben resistir la presión y reconducir con destreza el proceso de reforma que Grecia precisa, supondrá un respaldo a su liderazgo. Si ceden a las pretensiones griegas, potenciarán los populismos de derecha e izquierda que se están incubando desatando una ola de inestabilidad cuyas consecuencias no podemos calibrar y dará la oportunidad al Reino Unido para reducir el ambicioso proyecto gestado por Francia y Alemania a una simple área de libre comercio. Un propósito declarado en la línea de la habitual política inglesa de impedir que en el continente se consolide una Europa fuerte y unida. En Grecia, mal que nos pese, Europa se define como proyecto.
Ignacio Nart, analista financiero.