
Es evidente que la situación de la economía española ha invertido la tendencia que presentaba en 2011. Basta ver los Boletines Económicos del Banco de España (BDE) de diciembre de los cuatro últimos años y hacer una simple comparativa de las magnitudes más importantes que allí aparecen.
El resultado no deja duda: los grandes parámetros han mejorado muy sensiblemente, comenzando por el PIB, que cerrará 2014 con un 1,4% de aumento y una tasa de variación interanual del 1,9%, con una estimación para 2015 de un 2% de crecimiento. Mejora que se apoyará en las buenas condiciones de financiación, los bajos precios del petróleo y la depreciación del euro respecto del dólar. Lo que también se refleja en el valor de la prima de riesgo, que ha pasado de los 612 puntos del 26 de julio de 2012, a los actuales valores, en torno a los 105 puntos.
Empleo
Respecto del empleo, las noticias de 2014 y las previsiones para 2015, aún siendo positivas, no son aún suficientes para paliar este enorme drama. Los datos del BDE son igualmente contundentes: la estimación para el cuarto trimestre de 2014 es similar a la del tercero, que tuvo un aumento intertrimestral de un 0,5%; con lo que, en 2014, el empleo habrá crecido un 1%; muy poco, evidentemente, pero un aumento al fin y al cabo; contrastando con el descenso del 3,3% de 2013. Datos que provienen del crecimiento del empleo temporal y un tímido aumento del empleo indefinido.
Y es que el desempleo actual tiene mucho que ver con el modelo económico anterior a la crisis, y la pérdida de puestos de trabajo que han sufrido las personas con menor nivel educativo. En este sentido, conviene ir a los datos de la Encuesta de Población Activa del verano de 2013 y compararlos con los de 2007: de los casi 4 millones de puestos de trabajo perdidos en ese lapso de tiempo, unos 3,5 millones afectaron a las personas de educación primaria o secundaria; muchos menos fueron los titulados superiores que perdieron su trabajo.
Sin embargo, con todo, hay que decir que la crisis ha destruido un modelo económico que ya no volverá, lo que hace más dramática la situación de aquellos que perdieron su trabajo; y que por muchos tintes populistas que se quiera ahora transmitir, su situación tendrá muy difícil salida, ya que el motor económico basado en el ladrillo no volverá. Consecuentemente, reducir drásticamente la tasa de desempleo del 23,67% que había en el tercer trimestre de 2014, sólo será posible con nuevas políticas económicas muy diferentes de las actuales, aunque se hayan ganado dos puntos porcentuales desde el máximo desempleo del 25,77% de finales de 2012. ¿Qué soluciones aplicar?
Apuntaríamos dos. Primero, es urgente mejorar el sistema educativo y la formación en todos sus niveles, incluido el universitario, que viene a ser una gran máquina de frustraciones para muchos jóvenes que al terminar sus estudios esperan incorporarse al mercado laboral y ven que no existe ninguna opción. Segundo, hacer lo que hacen otros países dentro de la propia UE. Valga como ejemplo el modelo irlandés y sus ventajas fiscales a las empresas que allí quieran instalarse, o las creativas soluciones fiscales que se disfrutan en Holanda, el Reino Unido o Luxemburgo, por poner tres casos.
¿Nuevos esquemas fiscales?
Por qué no poner en marcha nuevos esquemas fiscales que favorezcan la venida a España de empresas y jubilados extranjeros que estarían encantados de disfrutar las muchas ventajas que ofrece nuestro país? Qué duda cabe que esto incentivaría la creación de nuevos puestos de trabajo de mediana cualificación en una multitud de nuevas ocupaciones.
Es evidente que la ola populista actual tratará de convertir este cambio de tendencia a mejor en fracasos de otra índole, pues como ya apuntamos, no todo en economía tiene que ver con el PIB, que no es sino la medida de los ingresos, la producción o la acumulación de capital, entre otros conceptos. El PIB no muestra, por ejemplo, ni el estado de salud de los ciudadanos, ni las tasas de suicidio, ni los niveles de criminalidad, ni la situación del medio ambiente, ni lo que cuesta llegar al trabajo o volver de él en cada una de las congestionadas ciudades de hoy en día. Ni tampoco da idea de las diferencias sociales y otros muchos elementos que tienen que ver con la satisfacción personal o, simplemente, con el grado de felicidad de las personas.
Lo que no quiere decir que no existan índices para todo lo anterior. Ahí están, por ejemplo, el Índice de Progreso Real (GPI - Genuine Progress Indicator) que, desde 1950, se viene usando para medir el progreso social y el estado de bienestar de un país; el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas (IDH), que elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y se refiere a la educación, y al nivel y esperanza de vida en condiciones saludables; el índice de Salud Social (ISH - Index of Social Health) que viene usándose en Estados Unidos desde 1987 por el Fordham Institute como complemento al PIB, incluyendo en este baremo aspectos como desigualdades salariales, accidentes de tráfico, pobreza en los mayores, desempleo, homicidios, etc., y así hasta 16 indicadores sociales; o, finalmente, el Índice de Desarrollo Sostenible, que fue presentado en 1987 en el informe Our Common Future bajo el auspicio de las Naciones Unidas dirigido por Gro Harlem Brundtland, entonces primera ministra de Noruega, que sostenía que el planeta precisaba un desarrollo económico sostenible medioambientalmente, con un adecuado balance entre las necesidades personales, el desarrollo económico, el medio ambiente y la disponibilidad de recursos necesarios para permitir un balance adecuado entre un crecimiento económico saludable y el uso inteligente de los recursos naturales, a la vez que se preserva el medio ambiente y se aumentan los beneficios sociales.
Efectivamente, no sólo hay que considerar el PIB para analizar la marcha económica; sin embargo, sin crecimiento no será posible ni generar empleo, ni repartir riqueza, ni mitigar el creciente endeudamiento.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España