
¿Qué ha pasado para que la figura de lo que siempre hemos denominado empresario haya sido sustituida en el lenguaje oficial por la de emprendedor? Desde luego que la cuestión va más allá del simple enmascaramiento de un concepto y la sustitución por otro que suena a aventura, a nueva frontera, a new deal.
Es indudable que el llamamiento a los jóvenes para que se conviertan en emprendedores tiene la virtud de hacer radicar en el individuo y no en el grupo, la clase o el colectivo, el diseño de su propio futuro. Es el triunfo del individualismo y del autoextrañamiento de la sociedad, precisamente en el momento histórico en el que los procesos económicos son cada vez más globalizados.
Modelar su destino
Esta imagen del titán que se enfrenta al resto para modelar su destino enraíza en el imaginario colectivo tallado por los telefilms que hacen la apología del vengador solitario. El emprendedor es la respuesta del sistema a tres características del capitalismo tardío y globalizado: El mercado impone una especialización y la subsiguiente flexibilización cada vez más avanzadas.
En segundo lugar, la permanente reestructuración de las instituciones en el sentido de que se hacen más débiles, menos representativas y casi exclusivamente dedicadas al rol del juego electoral en detrimento de sus competencias en economía y política social.
Y en tercer lugar, una mayor concentración del poder y de su capacidad de vigilancia. Una situación que ya definiera Alvin Toffler en 1970 como la del Opresor difuso. El emprendedor, sobre todo en esta época de crisis, se enfeuda en un crédito cual siervo de la gleba medieval, se desvincula de los restos del Estado del Bienestar, entra en la cadena de producción y comercialización como Charles Chaplin en Tiempos Modernos y se proletariza en nombre de su flamante ingreso en la orden de los emprendedores. Ha conseguido unir en su persona al explotado y al explotador.
Julio Anguita, excoordinador general de IU.