
De un tiempo acá y ante la pavorosa cifra de paro juvenil se ha ido conformando una idea consistente en apelar a la iniciativa juvenil para crear empresas. El llamamiento oficial y el de las grandes corporaciones a los emprendedores jóvenes como camino y solución para su futuro se ha enseñoreado de medios de comunicación, discursos y publicaciones empresariales.
En torno al vocablo se ha ido construyendo una épica en la que el futuro emprendedor es un continuador de las gestas y aventuras de aquellos que en los siglos XV y siguientes surcaron los mares en busca de aventuras, riquezas y vías para el desarrollo comercial.
Hombres y mujeres hechos a sí mismos
Las características de los aspirantes deben circunscribirse a jóvenes con gran necesidad de realización personal para asumir los riesgos de ser autónomos e independientes y que además sean personas que de la nada y sola con el capital de la idea, afronten la epopeya de labrase un futuro.
Estos talentos cumplen lo que en la cultura anglosajona se denomina los self made men u hombres hechos a sí mismos. Este mítico ejemplo, de porcentaje estadístico casi inexistente, se presenta como modelo para la inmensa mayoría de desempleados jóvenes. Ni que decir tiene que la propuesta deriva de una concepción en la que el Estado carece de responsabilidades sobre la economía y sobre el paro.
El modelo obedece a una realidad del capital tan poco heroica como la de externalizar tareas, trabajos y proyectos para que éstos recaigan sobre unos autónomos que no se constituyan en cargas sociales para el empresario. Así el emprendedor-empresario en jefe pastorea a jóvenes adscritos a esta nueva gleba que es convenientemente presentada como moderna, dinámica y sobre todo como el corolario del fin al que los jóvenes emprendedores enajenan tantos derechos: ser miembros de la élite empresarial. Han conseguido proletarizar a estos nuevos y flamantes autónomos los cuales siguen creyendo en que serán como dioses.