
La eurozona ha salido de la crisis, pero la obstinada insistencia en las políticas ortodoxas y de consolidación fiscal hasta más allá de lo razonable puede abocarnos a la deflación y en todo caso esta frustrando la recuperación, con lo que ello significa en términos económicos y sobre todo políticos para los países que han tenido que realizar grandes sacrificios para escapar de la doble recesión.
La observación reseñada en el párrafo anterior describe lo que está pasando en España y en su entorno europeo de la moneda única. Como es conocido, en el segundo trimestre del año, el crecimiento de la zona euro ha sido nulo. Alemania decreció levemente, Francia continuó estancada, Italia se mantuvo en leve recesión. España, en cambio, creció un 0,6% con respecto al trimestre anterior, pero ya se han observado síntomas de desaceleración.
El último boletín del Banco de España, publicado el 24 de septiembre, informaba de "un comportamiento menos expansivo de la demanda privada", que es la que sostiene el crecimiento después del desmoronamiento de la demanda externa. Esta caída de la demanda se ha debido a un retroceso en la confianza de los consumidores, a un descenso en el crecimiento interanual de la venta de coches nuevos, a una pérdida en las ventas de bienes de equipo de las grandes empresas, a una nueva bajada relativa en la construcción... También el mercado laboral acusa el frenazo: el Banco de España ha detectado "una cierta moderación... con respecto al dinamismo observado en la primera mitad del año", a causa de un ligero retroceso en la tasa anual de contratación.
Caída de las exportaciones
Para nuestro país, que ha hecho cuidadosamente los deberes y ha saneado su sistema productivo, ha sido un verdadero drama la caída de las exportaciones, en gran medida a causa de la parálisis que embarga a nuestros principales clientes europeos, con Alemania a la cabeza. Por fortuna, el turismo mantiene pujante el sector exterior, pero la caída de las ventas ha arruinado las previsiones gubernamentales, que contemplaban una aceleración del crecimiento que nos permitiría recortar más deprisa el todavía insoportable desempleo.
Todos estos síntomas declinantes de la zona euro, que se producen con una inflación cercana a cero -negativa en algunos países-, podrían presagiar una peligrosa deflación a la japonesa, como temen algunos expertos. Tal posibilidad es sin embargo negada por el establishment europeo. El mismo que negó la gran crisis financiera, fracasó al abordarla y no está atinando a la hora de solucionarla por completo.
En este marco, el presidente del BCE ha impulsado medidas fuertemente expansivas que, unidas a una nueva bajada simbólica de los tipos de interés, que están prácticamente a cero, constituyen una política monetaria audaz que deberá contribuir a la reactivación.
Presupuestos alemanes equilibrados
Sin embargo, en este marco, el Gobierno alemán ha anunciado con alharacas que, por primera vez en muchos años, los presupuestos federales de 2015 serán equilibrados, por lo que el país no emitirá deuda en ese ejercicio. No hace falta ser un experto economista para entender que el déficit cero de la primera potencia europea, auténtica locomotora el Viejo Continente, es una bofetada a los socios europeos de Alemania, algunos de los cuales -como España- están empezando a tomar aliento después de cinco años de angustiosos sacrificios.
En estas circunstancias, el propio Draghi ha manifestado con paladina claridad -aunque en términos diplomáticos- que la política monetaria no lo puede todo, y que la política económica de la gran potencia puede arruinar las esperanzas europeas. La respuesta ha consistido en unas duras críticas de Schäuble y el Bundesbank contra Draghi.
El fundamentalismo alemán, tolerado en silencio por el ineficiente SPD que cogobierna con Merkel, tiene contradictores también dentro de Alemania. Así, el presidente del instituto de investigaciones económicas berlinés DIW, Marcel Fratzscher, acaba de publicar el libro La ilusión alemana en el que reclama un giro radical a favor de la inversión para compensar los quince años acumulados de crecimiento por debajo de las potencialidades del país; el semanario Der Spiegel, en la glosa del libro, deduce que el seguimiento por Merkel de esta recomendación permitiría salvar el euro. En la misma línea, diversos analistas ponderan el gran impacto global que tendría un cambio de política en Alemania no sólo en la economía sino en "el sentimiento general sobre Europa" que embargaría a los ciudadanos de la Unión Europea.
Nada se puede objetar a que Alemania cumpla a rajatabla el Pacto de Estabilidad y Crecimiento -algo que no hizo, por cierto, en los primeros años 2000, sin que fuese siquiera amonestada por ello por las instituciones comunitarias de control-, pero es cuasi criminal que lleve la estabilidad al paroxismo, vulnerando el sentido del referido pacto, que permite ciertos márgenes a las políticas expansivas. Con una particularidad: el fanatismo de Merkel, en complicidad con lo más oscuro de su sistema financiero, no sólo frustra el crecimiento europeo: desacredita la integración europea y pone a Alemania en el punto de mira de todos los recelos históricos.
Antonio Papell, periodista