
Los países periféricos de la UE que han sufrido con especial rigor la crisis económico financiera que ellos no habían creado (aunque sí fueron responsables de su especial vulnerabilidad) han salido de la recesión o están a punto de hacerlo tras un ímprobo esfuerzo que sin embargo no ha logrado todavía devolverles el bienestar perdido. Tras la dura estabilización, costará mucho regresar a la senda del crecimiento sostenible y superar los traumas provocados por la propia crisis; en nuestro caso, resultará arduo dejar atrás el desempleo insoportable. Y sería de desear que el Eurogrupo realizara un esfuerzo conjunto para dinamizar este ámbito y facilitar las cosas a quienes pelean denodadamente por recuperar los niveles de vida anteriores a la catástrofe. Será muy difícil que Grecia, Portugal, Irlanda o España avancen en un contexto europeo paralizado, máxime cuando las sanciones a Rusia amenazan con deprimir la economía global. Pero no está sucediendo así: los últimos datos estadísticos europeos confirman que la zona euro se ha estancado en el segundo trimestre del año con respecto al primero (en éste, creció el 0,2%), en gran medida porque Alemania ha vuelto a cifras negativas (-0,2%), Francia se estanca (0%) e Italia ha decaído inesperadamente en la recesión.
Esta atonía tiene lugar en un marco de muy baja inflación: el IPC conjunto de la Eurozona fue en julio del 0,4%. Los precios han caído hasta el -0,7% en Portugal y hasta el 0% en Italia? Incluso Alemania, con el 0,8%, ha obtenido el índice más bajo desde 2010. En España, la inflación volvió a ser negativa en julio, con un IPC de -0,3%.
Es la segunda vez que desciende de cero en el año (en marzo fue del -0,1%) y es la más baja registrada desde octubre de 2009, con el -0,7%, con la particularidad de que entonces estábamos en medio de una profunda recesión y ahora estamos creciendo por encima del 1% anual. Según el Instituto Nacional de Estadística, esta situación se debe a la caída de los precios de la alimentación, el ocio y la cultura y a la moderación de los del transporte y los carburantes.
El fantasma de la deflación nos ronda, aliado con el del estancamiento, aunque lo nieguen con contundencia el BCE, el Bundesbank -siempre tan fundamentalista en sus conclusiones- y muchos expertos occidentales. Según el presidente del banco central alemán, Jens Weidmann, no hay riesgo de deflación porque la caída de precios no afecta a todos los componentes del índice sino apenas a la energía y? a los salarios, que continúan cayendo en toda Europa (incluso en el Reino Unido, donde el comportamiento del Banco de Inglaterra guarda similitudes apreciables con el de la Reserva Federal americana).
Sea como sea, los estatutos del BCE establecen que la política monetaria deberá perseguir que la inflación se mantenga en el entorno del 2%, lo que garantiza un estímulo moderado al crecimiento económico. Y si los ortodoxos de la institución y su entorno político ponen el grito en el cielo cuando la inflación se dispara por encima del referido límite, no se entiende el silencio cómplice que se cierne sobre situaciones como la actual, en que la baja inflación es una rémora para el crecimiento de la periferia del Eurogrupo -y no sólo de la periferia- y un reflejo de una situación inaceptable en que la creación de empleo de pésima calidad ni siquiera es capaz de estimular la demanda.
En las actuales circunstancias, favorecidas por una caída crónica del precio de la energía (ya se ha explicado sobradamente la razón de este descenso en los mercados internacionales, a causa del fracking en USA y la caída de la demanda en los emergentes), es claro que el BCE tiene amplio margen para poner en marcha políticas expansivas. Como se sabe, el presidente del BCE, Mario Draghi, anunció en junio que la entidad llevará a cabo este año dos inyecciones de liquidez a largo plazo -la primera en septiembre- por importe de 400.000 millones de euros, con un vencimiento de cuatro años, condicionadas a que los bancos presten a las empresas y hogares. Las operaciones vencerán en septiembre de 2018.
Además, el consejo de gobierno del banco emisor decidió comprar bonos de titulización de activos para mejorar el funcionamiento del mecanismo de transmisión de la política monetaria, a través del eurosistema, integrado por el BCE y los bancos centrales nacionales. El BCE comprará bonos de titulización de activos "transparentes y simples" para impulsar el crédito a las empresas; además, prestará a los bancos toda la liquidez que necesiten en las subastas semanales hasta diciembre de 2016. Europa camina cuesta abajo pero la baja inflación ofrece, en fin, una gran oportunidad al BCE para demostrar a los europeos que la pertenencia al Eurogrupo puede desempeñar un papel relevante en la recuperación de los países dañados por la crisis. Ojalá la obstinación alemana por la estabilidad no frustre el intento.
Antonio Papell, periodista.