
La primera década del siglo XXI, la del euro, se caracteriza en cuanto a la UE por una doble manifestación pública desde los poderes europeos, una ruidosa, propagandística y condenada al fracaso y otra, callada y demoledora de las resistencias encontradas a su paso; son los gritos y susurros que a modo de la película de Bergman narran una historia siniestra de ataques a los DDHH.
En 2004 se aprobó el proyecto de Constitución Europa a fin de que fuera ratificada por los Estados miembros, bien por acuerdo de sus parlamentos bien por referéndum. El Gobierno español escogió la segunda vía y allí fue el dislate, la facundia del absurdo y los apoyos al proyecto por parte de "personalidades" con los más disparatados argumentos que obviaban explicar contenidos.
Con una participación del 42,3%, el Sí ganó con el 76,25%. Sin embargo en Francia, con una participación del 69,74%, el No obtuvo el 54,87%. Pese a que el apoyo a la mal llamada Constitución Europea fue generalizado, los resultados de Francia y Holanda acabaron con un sueño basado en construcciones puramente semánticas.
Frau Merkel, como presidenta semestral de la UE, anunció que había terminado un "proceso de reflexión" y que se entraba en otro de resoluciones. Para paliar el fracaso de la llamada Constitución Europea, se aprobó en el año 2007 el Tratado de Lisboa. Con el objetivo de crear un gran mercado sin fronteras, tres fueron las medidas que a los efectos económicos y sociales más interesan: reforzar el papel del BCE, potenciar la Agencia Europea de Armamentos obligando a los países miembros a inversiones cuantiosas y la prohibición de prohibir los paraísos fiscales.
Con este andamiaje, la UE iba a enfrentarse al cataclismo que desencadenó el 15 de Septiembre del 2008 la quiebra de Lehman Brothers. La crisis del capitalismo financiero globalizado pasaba de un estado de latencia larvada a otro de estallido sin precedentes.
Julio Anguita, excoordinador general de IU.