
Galgos, podencos. Monarquía parlamentaria, república. Derecho a decidir. En este país tan dado a pasearse por las ramas y perderse en las nubes de la metapolítica, sería bueno que por una vez nos dejáramos de grandes ensoñaciones adanistas y descendiéramos al terreno de lo concreto. Adanismo consiste en ese españolísimo hábito de despreciar lo que se ha conseguido, y en vez de concentrarnos en perfeccionar y depurar nuestro legado, arrasar lo existente desde los mismos cimientos para volver a comenzar de cero.
Adanismo consiste en pensar que con nosotros comienza el mundo y que ¡oh milagro! todo es posible ya que finalmente nosotros, en contraposición a "ellos," estamos libres de las debilidades y miserias inherente a nuestra humana naturaleza. El famoso pecado original.
Ese infantilismo político que considera que el acto revolucionario automáticamente transforma al ser humano desconoce sus propias limitaciones y corrupción como desconoce o deliberadamente ignora la historia. El acto transformador de la Revolución Francesa desembocó en el Terror de Robespierre; la Revolución Comunista sacrificó a millones de sus compatriotas como si fueran corderos. Las revoluciones, los portazos bruscos de despedida con el pasado acaban siempre en el caos.
Dan gusto al cuerpo, son emocionantes y nos permiten sacar a la plaza pública nuestros mas bajos instintos con el pretexto de nuestros más altos ideales; pero las partidas no se ganan rompiendo la baraja, sino jugando con destreza y nunca apostando todo a una carta. Y en esa tarea el ciudadano hoy, reconozcámoslo, está huérfano de los partidos políticos. Perdidos entre una casta instalada que ha confundido la cosa pública con la cosanostra y otra aspirante que pretende deslumbrarnos con los brillantes abalorios de una demagogia tramposa.
Podemos? y debemos preocuparnos cuando doctores y doctorandos con brillantes currículos nos recetan para nuestros males, bálsamos de Fierabrás que prometiendo curar con una sola gota todos los males al pueblo Sancho -como cuenta Cervantes- sólo sirvió para descomponerle el cuerpo "entre ansias y vascas dejándole tan molido y quebrantado que no se podía mover". Cuba ayer y hoy Venezuela, nos enseñan el camino que no debemos recorrer y en los milagreros en los que no se puede confiar.
Hace 2.300 años Platón diagnosticó certeramente nuestro problema: "El mejor sistema político es aquel que tiene mejores ciudadanos". Tenemos, ni más ni menos, los políticos que somos y mientras no cambiemos y no cambie nuestro nivel de autoexigencia continuaremos distrayéndonos por las ramas de las grandes mudanzas desoyendo el consejo de aquel personaje de comic, Mr. Natural, un socarrón maestro zen, que ante las preguntas transcendentes de su discípulos sobre cómo cambiar el mundo les aconsejaba empezar por lavar los platos.
Quien presume de títulos y estudios y sin embargo entona cantos de sirena con un programa político que bien sabe es impracticable y ruinoso, se aprovecha de la desesperanza y falta de perspectivas de sus conciudadanos para encumbrarse y satisfacer sus ambiciones personales. Huérfanos de los partidos políticos -más preocupados por sus cosas que por las nuestras- el ciudadano puede seguir acunado en la cómoda impotencia o seguir el ejemplo de plataformas como Adicae (preferentistas) que sin esperar el respaldo de los partidos han logrado cambiar lo que parecía el curso inmutable de las cosas.
La movilización ciudadana tiene hoy dos grandes instrumentos a su disposición. La Ley de Transparencia que aunque mejorable nos permite abrir la cortinas y arrojar luz en las penumbras de la administración y la llamada ley de Acción Popular que faculta a cualquier ciudadano a personarse en un proceso en defensa de la legalidad sin necesidad de invocar otro interés que el bien común atropellado.
República, monarquía, derecho a decidir son todos debates trasnochados e interesados de políticos con resabios del siglo pasado. Cortinas de humo. Un "que todo cambie para que todo siga igual". Lo verdaderamente transformador y revolucionario es una sociedad civil vertebrada en asociaciones y plataformas que democráticamente promuevan temas concretos para desde ellas condicionar la agenda política. Las ensoñaciones políticas que nos venden algunos son el opio que mece la cuna del ciudadano para degradarlo a pueblo.
Ignacio Nart, analista financiero.