
España es un país que bascula en general con cierta facilidad entre extremos, pasamos de ser un Estado centralista a tener un sistema autonómico de los más descentralizados de la Unión Europea, de vivir encerrados en nosotros mismos a la internacionalización como bandera, de no hablar ningún idioma a querer expresar todo en inglés -o en inglés y una lengua foral o nacional dependiendo el territorio-, y de ser los máximos europeístas a tener tasas de abstención muy relevantes y preocupantes: España ha perdido veinticinco puntos porcentuales de participación en las elecciones europeas desde que estas se celebraron por primera vez en 1987.
Es cierto que esta tendencia está en consonancia con la de la mayoría de países miembros de la Unión Europea, pero esta situación en nuestro país merece -como todo lo que nos afecta- siempre una valoración particular.
En España el 70% de los encuestados por un reciente Eurobarómetro manifestaron que tenían una desconfianza total en la Unión Europea -sólo Chipre nos aventaja en esta posición euroescéptica- y en la misma encuesta un 75% de los españoles afirmaron que no le interesan nada los temas comunitarios; de modo que estamos a niveles de los euroescépticos británicos o de los renuentes daneses. Si tomamos con cierta literalidad estos resultados no puede sorprender que las proyecciones de la posible abstención en nuestro país pueda alcanzar en estas elecciones europeas del 25 de mayo una cota inaudita.
Es evidente que la situación social y económica derivada de la crisis no ha coadyuvado a la mejora de esa impresión que tenemos de la UE y de las repercusiones para España de su pertenencia a la misma, pero las consecuencias de la participación de nuestro país en la misma sí son perceptibles en la vida de todos, en la cotidianeidad, y hasta en los más nimios y -aparentemente -irrelevantes detalles de la vida diaria: el tamaño de un cigarrillo, la altura de un tetrabrik, el colorante de un potito de bebé, la altura al milímetro de un vehículo 4X4, etc.
Pues bien, vista la favorable tesitura europeísta, la Junta Electoral ha resuelto que un poder público como el Parlamento Europeo no pueda fomentar explícitamente el voto en España -único país de la UE en un caso similar-, de manera que su Oficina de Representación en España se ha visto forzada a alterar su campaña para estos comicios, eliminando de la misma cualquier referencia explícita, verbal o visual a los elementos básicos del sufragio: la papeleta, la urna y el propio acto de votar, siendo finalmente el lema adoptado y que aparece en la publicidad "Utiliza tu poder. Tú puedes decidir quién dirige Europa".
En nuestra opinión, esto trae su consecuencia de una interpretación equivocada por parte de la Junta Electoral del correspondiente tenor literal del artículo pertinente de la LOREG -art.50.1-, basada en una confusión terminológica y en un claro error conceptual: la JEC equipara la opción de la abstención al derecho fundamental al voto, al sufragio secreto, personal, intransferible y libre, expresión de la participación política del ciudadano como afirma la Constitución española, que es elemento basal de la democracia -en el que reside la legitimación de los poderes públicos, españoles y, por ende, europeos también- a la mera opción personalísima que constituye el hecho de abstenerse de votar, de no acudir a las urnas.
En España, además, la abstención -como no tenemos ningún partido que canalice posiciones eurófobas o antieuropeístas- es la única manera de manifestar el desánimo, la falta de sentimiento de pertenencia, de desapego en fin hacia las cuestiones relacionadas con la Unión Europea. Entendemos, y así lo hemos puestos de manifiesto en Europa Ciudadana a través de un informe dedicado a los extremismos en la Unión Europea, que en España, el euroescéptico es abstencionista, el eurófobo se queda en casa y no acude a las urnas.
De aquí que, obligar a que los poderes públicos implicados en el proceso electoral también adopten una postura abstencionista, obligando casi a fomentar una imagen de que es lo mismo votar que no votar, no resulta en absoluto admisible ni aceptable para alguien que crea que Europa somos nosotros, que Europa la hacemos nosotros, y que sin Europa, España es menos, y es un mirar atrás, en absoluto es fomentar, impulsar y concienciar de que mirar de frente, hacia adelante, es mirar hacia Europa y, en concreto, hacia Estrasburgo.
José Carlos Cano Montejano, Presidente de Foro Europa Ciudadana.