
Los objetivos de un banco central son dos: evolución de precios de una economía, tanto en el corto como en el largo plazo, y actividad o ciclo económico, sobre este último principalmente se centrará en la tendencia del largo plazo.
Estos dos aspectos están perfectamente reflejados en la regla de Taylor que sirve para determinar cuál debe ser la tasa nominal que debería fijar un banco central en función de precios y actividad. Esta regla de política monetaria, aún cuando ha sido matizada o incluso modificada en algunos casos, cuenta con un amplio consenso de aprobación y existen muchos estudios que demuestran su validez y el seguimiento por parte de bancos centrales, especialmente la Fed, banco central estadounidense.
En el caso del BCE, su principal área de atención es el de los precios, así lo marca en su acta fundacional. Para este año el BCE tiene fijado como objetivo de estabilidad de precios el 2%, por tanto si la inflación se aleja de esta cifra debería actuar en concordancia. Su actuación no solo debe llevarla a cabo cuando se registran subidas por encima, algo a lo que el BCE siempre ha respondido, sino también cuando el IPC, estadística que sirve para ver la evolución de los precios de bienes y servicios, se encuentra por debajo. En este aspecto el BCE no ha sido tan drástico ni actuado con la misma diligencia como cuando nos situamos por encima del objetivo.
La principal variable establecida para vigilar los precios es el IPC Armonizado de la zona Euro y al cual tanto BCE como otras instituciones, la última ha sido la OCDE, se refieren una y otra vez. Pues bien, el último mes que tuvimos un IPC interanual del 2,00% fue en enero de 2003. Durante siete meses, desde octubre, el IPC-A de nuestra zona ha sido inferior al 1%. Como decía, desde octubre del 2013 en este indicador nos estamos moviendo con crecimientos por debajo del 1%; en marzo nos situamos en el punto más bajo registrado, concretamente en el 0,5%; en el momento presente estamos en el 0,7%. Siete meses es un periodo de tiempo lo suficientemente amplio como para que el BCE se decida a actuar, especialmente cuando además la actividad económica en el área, a excepción de Alemania y algún país más, sigue mostrando crecimientos muy modestos.
Si calculáramos el tipo objetivo repo con los datos actuales de inflación y crecimiento a través de la regla o fórmula de Taylor, el resultado es que nuestro tipo debería ser inferior al actual de 0,25% y prácticamente estaríamos en terrenos nulos. Por tanto, y en virtud de que ya son siete meses, el BCE debería rebajar los tipos repos llevándolos a terreno nulo o muy próximo a cero. Es probable que veamos ahora o en junio una tasa del 0,15% y además situar la tasa de facilidades de depósito en terreno negativo. Este movimiento se encuadraría dentro de las actuaciones ortodoxas que son las más probables para el BCE.
Sin embargo los bancos centrales, como es conocido, pueden realizar otras acciones, la denominadas no ortodoxas. En este caso estaríamos hablando de compra de activos -deuda y renta fija- y carteras de préstamos, algo que la Fed ha llevado a cabo de forma decidida en esta crisis, al igual que el Banco de Inglaterra y el de Japón.
Por cierto este último sabe lo que provoca un escenario deflacionista y lo difícil que es luchar contra esta situación. Las reticencias por parte del BCE son públicas y notorias. El Bundesbank presiona una y otra vez para que estas medidas no se lleven a cabo. Es el denominado Quantitative Easing (QE). Es más que probable que Draghi no lleve a cabo esta medida ahora. La misma podría instrumentarse una vez que la banca europea haya llevado a cabo sus test de esfuerzo en el último trimestre de este año y una vez que rebajado los tipos de interés, la inflación continúe por debajo del uno por ciento. Esta medida sería muy útil de cara a rebajar el euro por debajo de la paridad actual que está penalizando a los países del euro, como desde Francia están advirtiendo una y otra vez.
Además de estos dos bloques de medidas hay otras posibilidades como con la compra de activos garantizados y operaciones de financiación a largo plazo de bancos (LTRO). Aunque es posible llevarlas a cabo la mayor, parte de analistas las descartamos. Lo hacemos porque el peligro que se cierne sobre Europa es de deflación y que la misma lleve a una situación muy complicada en cuanto a actividad económica. Llevar a cabo estas últimas medidas tendría más que ver con ayudar a extender el crédito a empresas, pymes y familias; especialmente las situadas en la periferia del área euro.
Sin embargo son muchas las dudas de la eficiencia pues, hoy por hoy, el grifo del crédito se viene reduciendo y el mismo comenzará a abrirse cuando la recuperación sea una realidad y permita rebajar sensiblemente los ratios de morosidad existentes. Un banco no va a conceder crédito aún cuando los tipos sean baratos, lo hará cuando sus expectativas de morosidad se reduzca y para eso, insisto, se necesita crecimiento. Por tanto las medidas de caída de tipos y QE contribuirían, precisamente y a medio a plazo, a abrir el grifo del crédito al suponer un espaldarazo al crecimiento económico.
Ya no valen palabras es necesario que el BCE actúe. El euro no tiene problemas de ruptura pero Europa cuenta con 26 millones de personas en paro. La recuperación tiene pies de barro y existen aún muchas incógnitas.
Miguel A. Bernal Alonso, profesor y coordinador del departamento de investigación en IEB.