
El Banco de España ha revisado recientemente al alza las previsiones de crecimiento para nuestro país: según el último boletín de la entidad, el PIB se incrementará un 1,5% este año y un 1,7% el que viene. Estos presagios coinciden básicamente con los de la Comisión Europea, y se basan en el buen comportamiento del sector exterior pero también en unos primeros indicios de recuperación de la demanda interna y en una leve reducción de desempleo.
El gobernador Linde ha subrayado que estas previsiones optimistas son "un mérito de la política económica española". En efecto, la muy baja inflación que registra la Eurozona no ayuda en absoluto a la recuperación de un país como España que tiene un elevada deuda externa y que ha de concluir todavía la consolidación fiscal.
En Moncloa, Rajoy habló con preocupación de este asunto con los agentes sociales en su reciente encuentro. La congelación de precios en la zona euro -que llamamos 'desinflación', un término nuevo recién acuñado para diferenciarlo de aquellos síntomas preocupantes que siguieron a la Gran Depresión- tiene el efecto benéfico de mantener el poder adquisitivo de los rentistas pero tiende a paralizar las decisiones de gasto.
La inflación baja interesa por tanto a los ahorradores netos pero no a quienes estén endeudados, como es el caso de España, cuya deuda, pública y privada, incrementa su valor real por el servicio de los intereses. Con lo que no mejora tampoco la calidad de los activos bancarios, lo que da lugar a un conocido círculo vicioso. En España, el IPC está próximo a cero pero en Grecia y Portugal es negativo. La ventaja que obtiene nuestro sistema económico de la baja inflación es el incremento de competitividad de nuestros productos para la exportación, pero para sacar rendimiento de ello es preciso que la inflación de nuestros clientes sea superior a la nuestra. Lo que no sucede en el caso de la UE en general -con una inflación promedio de 0,7%-, y de Alemania en particular -su inflación ha descendido al 1% en marzo-.
La Comisión Europea es consciente de que esta situación no favorece la salida de la crisis de los países periféricos del euro. Olli Rehn, sin ir más lejos, declaraba en una de sus últimas intervenciones que "un largo período de baja inflación dañará el proceso en marcha de reequilibrio de la economía europea", y ha lanzado exigencias rotundas a Alemania para que active su demanda interna y crezca a mayor ritmo, y al BCE para que revise la política monetaria. El FMI ha lanzado también mensajes contundentes en este sentido... sin que Alemania se haya dado por aludida.
El debate sobre los riesgos de deflación es muy arduo pero parece haber una mayoría de expertos que niegan esta deriva, pero aunque no estemos en peligro de entrar en un ciclo depresivo como el japonés desde los años noventa, Alemania y los demás países centroeuropeos deberían facilitar la recuperación del conjunto de la Eurozona por el procedimiento de reactivar sus economías. Alemania, en concreto, no revisa sus salarios reales desde hace muchos años, ni acomete con el énfasis deseable las inversiones que deberían terminar la asimilación de la antigua República Democrática...
En esta coyuntura, España, obligada a ganar competitividad pese a todo, deberá proseguir con su dramática devaluación salarial. El creciente superávit por cuenta corriente de Alemania, que ya ha alcanzado cifras astronómicas, resta espacio vital a los demás países del eurogrupo -frena sus exportaciones- y, por añadidura, tensiona al alza la divisa común. No es exagerado por tanto tachar de insolidaria la política económica que lleva a cabo Alemania.
Antonio Papell, periodista.