
Un país grande con una demografía sana y muy pocas deudas, posibilidades de igualar al resto del mundo en desarrollo y toneladas de petróleo bajo el suelo. Sin duda hablamos de un mercado emergente en el que todo el mundo querrá invertir, ¿no? Salvo que hasta ahora, nadie le ha hecho caso. Es Irán, un Estado paria desde hace tres décadas, que se ha excluido deliberadamente de la marea de la globalización que ha levantado a tantas otras economías nuevas.
Pero eso podría estar a punto de cambiar. Irán tiene un gobierno reformista que está haciendo las paces con viejos enemigos y abriéndose a la inversión extranjera. Ya tuvo uno de los mercados bursátiles de mejor rendimiento el año pasado, pero apenas una fracción de la valoración de otras bolsas fronterizas. 35 años después de dar la espalda a la modernidad con el derrocamiento del shah, empieza a reconectarse con el resto del mundo. Si sigue así, podría convertirse enseguida en una de las oportunidades de inversión más calientes de las dos próximas décadas.
Es cierto que aún hay muchos retos, la situación política sigue siendo delicada, no faltan los conflictos locales que podrían arrastrar al país, la economía puede hundirse y aún no se han levantado del todo las sanciones pero la emergencia gradual de Irán como nueva gran economía nos recuerda que, con todos los problemas que tiene ante sí la economía global, sigue existiendo potencial de crecimiento a medida que se unan más países al grupo de las naciones desarrolladas.
"Es como Turquía pero con el 9% de las reservas mundiales de petróleo", decía Charles Robertson, del banco de inversiones Renaissance Capital, en una nota reciente sobre el país. Y tiene razón. Los fundamentos de la economía iraní parecen tan atractivos como los de cualquier mercado emergente o incluso más. Irán tiene una población de 78 millones de personas, casi la misma que Turquía y más que cualquiera de las economías emergentes del este de Europa. Con su volumen de población y de petróleo, el PIB iraní ya es importante: 437.000 millones de dólares, la vigésimo séptima mayor economía del mundo, del estilo de Argentina o Taiwán, y por delante de Austria y Tailandia.
Y todavía tiene el potencial de duplicar esas cifras en un periodo de tiempo relativamente corto. El país al que más se parece es Turquía, que antes de los problemas de este año era una de las grandes historias de éxito económico de la última década. Irán posee una ubicación geográfica excelente, intercalada entre Europa, Rusia, los mercados florecientes del Golfo y lo bastante cerca de gran parte de Asia como para comerciar con esa región también.
Tiene unos niveles decentes de educación (similares a los de Turquía) y la ventaja añadida del petróleo. Sus recursos energéticos son lo bastante abundantes como para alimentar la economía pero no tan grandes respecto a la población como para convertirse en un petroestado como Arabia Saudí.
No hay muchos mercados fronterizos con esa clase de perfil. El mercado bursátil local ya se ha dado cuenta. El índice de Teherán subió un 130% en 2013. Este año ha caído pero este mercado siempre será volátil. Ahora mismo, menos del 0,5% de las acciones iraníes están en manos de inversores extranjeros.
La reforma política será clave
Hay margen de crecimiento y la clave de su desarrollo es la reforma política. El presidente Hassan Rouhani ya ha rebajado la agresiva retórica hacia sus vecinos y se ha embarcado en unas reformas económicas de gran alcance, aunque este año no va a ser fácil. La inflación ha superado el 20% y el gobierno está teniendo que recortar mucho los subsidios y el gasto para estabilizar el presupuesto. Y eso afectará mucho a la gente corriente y no hay garantías de que el gobierno logre sobrevivir.
Sobre todo, nadie sabe qué ocurrirá con las sanciones impuestas a Irán por querer desarrollar armas nucleares. Desde enero, se han suspendido parcialmente tras un acuerdo armamentístico pero ahora tienen que ocurrir dos cosas. Las sanciones tienen que levantarse de forma permanente y total. Ninguna economía puede desarrollarse si se le impide comerciar con el resto del mundo. E Irán debe ser capaz de vender su petróleo en el mercado global para financiar las reformas que necesita. ¿Lo conseguirá? No hay razón para pensar que no vaya a hacerlo siempre y cuando Rouhani sea capaz de mantenerse al poder.
El país necesita dinero para seguir a flote. Si no puede vender petróleo libremente, no podrá financiarse. Las tensiones renovadas con Rusia tampoco le van a venir mal. Irán comparte una larga frontera con países exsoviéticos como Turkmenistán y occidente querrá que esté de su lado y no que caiga en los brazos de Vladimir Putin. EEUU y Europa no serán tan dogmáticos sobre las condiciones para levantar el embargo comercial como lo fueron hace seis meses.
Si se levantan del todo las sanciones, se podría desencadenar un aluvión de inversiones. Los franceses ya se están preparando. Una delegación de líderes empresariales del país visitó Irán el mes pasado para allanar el camino a posibles acuerdos. El fabricante de coches Renault ya ha reanudado los envíos al país y otras empresas se plantean empezar la producción. Un mercado de casi ochenta millones de personas es grande para las multinacionales europeas, sobre todo cuando el crecimiento va tan lento en casa.
Además, sin las sanciones, los inversores extranjeros y gestores de fondos podrán comprar acciones directamente en la bolsa de Teherán. No quedan muchos países grandes por incorporarse a la economía globalizada. Nigeria se niega a unirse al mundo desarrollado. Egipto vuelve a sumirse en el caos. Corea del Norte no da muestras de querer unirse al mundo moderno. Pero Irán podría ser la última gran economía fronteriza pendiente de desarrollo. La incógnita es quién se atreverá a explotarla.
Matthew Lynn, Director Ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics.