
Malo cuando la acción política se traslada de los parlamentos a las plazas. Se abren cajas de Pandora; dinámicas que cobran vida propia con consecuencias difíciles de prever que terminan haciendo estallar en pedazos lo cotidiano. Siria, Egipto, y ahora Ucrania son el mejor recordatorio de cómo las reivindicaciones que no encuentran su cauce en el parlamento se desbordan en las calles arrasando en su curso vidas y haciendas.
En Ucrania, ahora en las mismas fronteras de la UE, tenemos un problema de magnitud y complejidad similar al de Siria a menos que tengamos la lucidez para encauzarlo antes de que termine arrastrándonos a todos. Un régimen oligárquico y corrupto hasta la médula, inmerso en una economía gravemente disfuncional, se descompone en un país fracturado por profundas divisiones étnicas y lingüísticas producto de un pasado convulso. Incluso si Rusia y la Alianza EU-EEUU en un ejercicio pocas veces visto de cordura lograran ponerse de acuerdo, los problemas estructurales de su economía añaden un problema adicional a la de por si ya difícil situación política y geoestratégica.
Ucrania está hoy al borde de la quiebra y los ajustes necesarios para reconducir la situación serán muy dolorosos para su población durante un inevitable y prolongado periodo de ajuste. El hoy presidente en funciones Turchinov ya denunció el pasado viernes 23 de febrero que el fondo de pensiones no disponía de suficiente liquidez para pagar a sus pensionistas debido a que las arcas del Tesoro estaban vacías. Unos 20.000 millones de dólares en reservas en el banco central y préstamos recibidos por valor de otros 37.000 millones se habían esfumado hacia paradero desconocido. Mientras, los bancos sufren una crisis de liquidez, resultado de una retirada masiva de depósitos y una morosidad (NPL) que a finales de 2013 alcanzaba ya el 40%.
A esta delicada situación debemos añadir la depreciación de la hryvnia que en febrero alcanzaba ya un 10% frente al dólar, lo que agravaba aun más la posición deudora de la banca en moneda extranjera. En estas circunstancias la capacidad de financiación de Ucrania en los mercados es nula. Las últimas emisiones de deuda a cinco años del banco central en junio sufrieron intereses punitivos entre el 14% y 16%. Hoy, el acceso a los mercados monetarios está cerrado a cualquier precio.
Ante esta situación las nuevas autoridades han solicitado 35.000 millones de dólares de ayuda a la comunidad internacional para hacer frente a sus necesidades financieras más urgentes. Entre éstas la deuda acumulada con la compañía rusa Gazprom por valor de 3.300 millones de dólares. Aunque Ucrania cubre la mitad de sus necesidades energéticas con viejas y obsoletas centrales nucleares, -todos tenemos presente Chernobyl- el otro 50% depende de las importaciones de gas ruso.
Las medidas estructurales que Ucrania necesita pasarán, según las mejores estimaciones, por una reducción del gasto publico del 5%, con una devaluación de su moneda del 30% para recobrar la pérdida de competitividad del 34% acumulada desde 2008. Y eso al mismo tiempo que se anticipa una subida del precio del gas sobre el 80% que inevitablemente supondrá la subida de otros servicios básicos. Las profundas reformas necesarias y la caída en el nivel de vida que conllevan -en una situación donde la clase política está gravemente desprestigiada- solo pueden implementarse en un clima de estabilidad política y con un amplio consenso ciudadano.
El nuevo gobierno en funciones ha convocado elecciones presidenciales para el 25 de mayo. El gobierno que salga de las urnas tendrá que implementar un duro programa de reformas económicas y regeneración política. Es imperativo que las dos potencias, Rusia y UE, que por geografía están condenadas a entenderse, no conviertan a Ucrania en un campo donde desplegar músculo y establezcan un ámbito de colaboración, que respetando los intereses y lazos históricos que Rusia comparte con Ucrania, desarrolle un espacio conjunto en esa intersección del continente europeo de intercambio y prosperidad. Hoy los acontecimientos en Ucrania, el devenir de la historia, emplazan a la UE a cuajar una voz propia o en su defecto disolverse en la irrelevancia.
Ignacio Nart, analista financiero.