
Ha pasado mucho tiempo desde que alguien se hizo ilusiones sobre el presidente ruso Vladimir Putin. Ha quedado claro que es un autócrata ruso a la antigua usanza y que dirige un régimen autoritario dispuesto a expandir el poder de Moscú hasta donde sea posible.
La crisis de Ucrania ha demostrado que Rusia es un país corrupto, peligroso, matón y dictatorial. El mercado bursátil se tambalea, el rublo baja en caída libre y el banco central se ha visto obligado a dictar una subida de emergencia de los tipos de interés para intentar reflotar la moneda.
Es cierto que hay muchos problemas en Rusia. Los funcionarios avaros y oligarcas explotadores están asfixiando a la economía. Podría incluso enfrentarse a sanciones por la ocupación de Crimea y dejarse llevar por una guerra costosa al este de Ucrania. El petróleo y el gas (sus principales industrias) están bajo presión por el desarrollo del gas de esquisto. Pero todo tiene un precio y Rusia ya era la gran bolsa más barata del mundo antes de entrar en esta crisis. Desde entonces se ha abaratado todavía más. Puede que haya tomado un mal camino pero no deja de ser un país grande, rico en recursos naturales y con una mano de obra cualificada. Además, las aventuras militares en el extranjero suelen rebotar a los líderes que las empiezan. Este verano, Putin llevará en el poder quince años, un periodo sumamente largo incluso para Rusia. Lo mejor que le podría pasar a la economía rusa sería la marcha de Putin y es impensable que no vaya a ocurrir algún día.
En realidad, para los opositores o cualquier aficionado a las gangas, esta crisis está abaratando mucho las acciones rusas.
Ucrania empeora por momentos
La crisis de Ucrania empeora por momentos. Lo que empezó siendo una protesta popular contra un gobierno autoritario de unos manifestantes opuestos al acercamiento a Rusia en vez de a Europa occidental, se ha convertido en una batalla por la independencia. Rusia ha considerado desde hace mucho a Ucrania como parte de su ámbito de influencia. Parece convencida de recuperar Crimea (perdió la región no hace mucho, en los años cincuenta, cuando Ucrania era independiente sólo en el nombre) y podría invadir partes del este del país también.
Poco pueden hacer EEUU y Europa, aparte de protestar. Los británicos fueron a la guerra por Crimea en la década de 1850 pero es improbable que se repita ahora. El G-8 rechazará asistir a una cumbre en Sochi a finales de año pero Putin no va a temblar de miedo. Se impondrán sanciones pero salvo que Alemania decida dejar de bombear gas de Rusia y opte por congelarse en lo que queda de invierno, no le comerán los celos. Habrá muchas condenas, aunque si importaran algo, Putin no estaría en el poder desde hace tanto tiempo.
En realidad, la economía rusa está sufriendo. El rublo se ha hundido en los mercados de divisas y el lunes por la mañana el banco central subió los tipos de interés en un intento de reflotar la moneda. El índice Micex de Moscú se derrumbó un 11% el lunes, con la mayor caída en un día en cinco años y empeoró un rendimiento ya de por sí nefasto. Ha caído de 1800 en mayo a apenas 1300 ahora y no está más alto que allá por 2010. El banco central ha elevado los tipos de interés en su mayor subida desde la crisis financiera de 1998, ante las señales de una huida de capitales. Nada de eso ayudará a una economía ya ralentizándose. El ministerio de economía ha recortado su pronóstico de crecimiento a sólo el 2,5% este año. E incluso un objetivo tan modesto podría no cumplirse. Para lo que se supone que es un mercado emergente, son unas cifras horribles.
Aun así, cualquier compra merece la pena a cierto nivel. Y aunque a Rusia no le falten los problemas, el índice de Moscú lo contabiliza todo salvo que Stalin se levante de la tumba y recupere su despacho en el Kremlin. El Micex se comercia en cinco veces las ganancias y apenas cuatro veces las ganancias previstas este año. Es menos de la mitad del nivel del índice chino o el índice global de los mercados emergentes. Y un tercio del nivel de casi todos los mercados desarrollados. Son muchas malas noticias.
En realidad, Rusia no está a punto de hundirse en un abismo económico. Las sanciones no suponen demasiada amenaza porque Rusia principalmente exporta petróleo y gas. Europa occidental no puede vivir sin ellos y no da signos de desarrollar el gas de esquisto que otorgaría independencia energética. Lo que Rusia necesita es una reforma y una generación nueva de líderes políticos. En agosto se cumplirán quince años desde que Putin subió al poder. Pocas carreras políticas se extienden durante dos décadas, incluso en una autocracia. Una economía en quiebra y un ámbito de influencia resquebrajado no van a ayudar a sus niveles de popularidad. No sorprendería que Moscú viera las mismas protestas que han expulsado a su mini-yo en Kiev. Y generaría más disturbios a corto plazo.
Aparte de eso, abriría el camino a una economía empresarial más dinámica. El país sigue siendo rico en recursos naturales y en personas también. Cuenta con una de las manos de obra más cualificadas de los mercados emergentes y con las mayores capacidades técnicas también. Los índices de alfabetización superan a los de China y Brasil, según un estudio de Renaissance Capital. Más del 50% de los trabajadores tienen educación superior, un nivel mayor que Brasil o la India. Las conexiones móviles y de banda ancha son las mayores de todos los mercados emergentes. El sector ruso de la alta tecnología está en auge pero todavía tiene que despertar del todo y no hay ninguna razón para que no lo haga.
Al mismo tiempo, la deuda del gobierno es menos del 10% del PIB y la deuda de consumo también es baja, por lo que hay espacio de sobra para estimular la demanda.
Rusia es una inversión audaz ahora mismo y los inversores se alejan de ella, en algunos casos por motivos éticos perfectamente lógicos, pero los activos están casi regalados y, cuando eso ocurre, el que se hace con ellos seguro que gana dinero.
Matthew Lynn, director ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics.