
El PP no tiene un programa claro y se mueve por el principio de acción-reacción.
Cuando llega el PP al poder, después de habernos dicho por activa y por pasiva que sabrían salir de la crisis, empezamos a observar a un Gobierno nervioso que no sabe muy bien qué política económica hacer. Entre titubeos eligen subir impuestos y de la peor forma, y mantener los subsidios, pensando que de esa forma era más sencillo salvar los trastos y evitar la quiebra del Estado. Queda entonces en evidencia que sin un programa claro se mueven por el principio de la acción-reacción.
Así, cualquier política económica no deja de ser un parche tras otro y cualquier medida no atiende más que a la coyuntura, lo que no resulta novedad frente a lo que habíamos visto hasta la saciedad en Elena Salgado, con el agravante de que ella era quien llevaba la voz desafinada en solitario, mientras que actualmente tenemos el orfeón económico.
Si nos atenemos a la reforma financiera, más bien reformas, los resultados son satisfactorios, pero antes de llegar a la solución la forma de abordar el problema en Bankia por poco lo manda todo al traste. El ministro de economía solucionó muy eficazmente el problema que él mismo agravó al destapar de esa forma tan abrupta la mala situación de esa entidad. La gestión atropellada y polémica de todo el asunto incrementa la desconfianza sobre el sistema financiero, manteniendo la prima de riesgo al borde de lo insoportable hasta pasado el verano del 2012. Está claro que Guindos cuando se hace cargo del ministerio conocía el problema y por dónde tenía que ir la solución, pero ni remotamente tiene diseñado pedir un préstamo al Eurogrupo. La coyuntura, una vez más, lleva al Gobierno a actuar, aunque en este caso la solución es idónea y ha sido mano de santo para el sistema financiero y para la prima de riesgo, al despejar el efecto Irlanda.
Pero el ministro de Economía poco puede hacer si no le acompaña la política fiscal, que en España hace la guerra por su cuenta. Como todas las medidas han estado orientadas a facilitar que el Estado pudiera financiarse, pensaron que lo más rápido y efectivo era ingresar todo lo que se pudiera para dar confianza sin valorar las consecuencias de esa simpleza. El IRPF es como el maná y lo primero que hacen es elevarlo y quitarle a los españoles el dinero del bolsillo. Si la gente tiene poco dinero va poco a la tienda, pero, además, todos los meses tiene menos dinero y no espera tener más en el futuro porque el Gobierno siempre dice que va a bajar los impuestos mañana, pero ese mañana se duda que llegue. Para remate, sube el IVA, que pilla al público tieso, y termina de arrasar el consumo privado, que es más del 60 por ciento del PIB, dinamitando el crecimiento y enviando a más gente al paro, lo que esteriliza las subidas de impuestos. Parece que tienen una fe ciega en el desempleo y otros subsidios pensando que van a sostener el consumo, pero sobreestiman su papel. Es decir, envían a la gente al paro para darle un subsidio, en lugar de permitir que la gente trabaje y pague impuestos, aunque sean más pequeños. Porque la reforma laboral no crea empleo, simplemente ha evitado una mayor destrucción dando más capacidad negociadora a las empresas para adaptarse a la coyuntura. No quiero minimizar la importancia de esta reforma, pero el Gobierno no ha tenido el valor de rematar la faena y se ha quedado a medio camino de liberalizar de una vez nuestro mercado laboral.
Algunos teníamos la esperanza de que se reformaría la Administración para hacerla más eficiente, evitando las duplicidades de competencias y los despilfarros autonómicos y municipales, porque a su vez se limitaría el del Estado. Muy buenas palabras, pero casi ningún hecho. El Gobierno se ha desgastado en unos recortes que apenas han disminuido el gasto público. ¿No hubiera sido mejor padecer el desgaste por algo significativo? Pero no creen en la reducción del gasto como se evidencia por el déficit desbocado.
En resumen: el mejor resultado del Gobierno en materia económica lo ha obtenido de la reforma financiera, reduciendo la prima de riesgo y evitando la quiebra del Estado por contagio de la banca. Pero no han controlado el déficit y mantienen un crecimiento de la deuda que acabará por pasar factura como haya nuevas turbulencias. La política fiscal alargará la crisis y es el principal error de una política económica continuista con los gobiernos socialistas por la indecisión, la improvisación y la lentitud con que se implementa cualquier medida que no sea subir impuestos para alimentar a la bestia.