Firmas

Ronald Coase: adiós a uno de los grandes

  • Pese a su edad avanzada mantenía su sagacidad mental y su espíritu enérgico

El pasado 2 de septiembre fallecía, con 102 años, el economista y premio Nobel Ronald Coase. Pese a su edad avanzada, Coase mantenía su sagacidad mental y su espíritu enérgico, como lo demuestran su último libro, escrito a los 101 años en colaboración con su discípulo Ning Wang, titulado How China Became Capitalist (Cómo llegó China al capitalismo), y su perspicaz artículo de diciembre de 2012 en la Harvard Business Review, Saving Economics from the Economists (Salvar a la Economía de los economistas) , donde advierte del olvido o devaluación que han sufrido materias como la historia económica, y yo añadiría la historia del pensamiento económico, en la formación de los economistas para poder entender correctamente la importancia del desarrollo del comercio, el mercado, la división del trabajo y, en definitiva, el capitalismo en nuestras sociedades avanzadas, ciencia, técnica, cultura y conocimientos incluidos.

Tal olvido acrecienta además, según Coase, que en lugar de buscar soluciones en las personas, en sus capacidades y sus interrelaciones (cooperación) confiemos en los gobernantes y las autoridades como remedio definitivo a nuestros problemas, sobre todo en tiempos de crisis. Igual que se cita a Vilfredo Pareto como ejemplo de que se puede llegar a ser una figura relevante en economía, incluso a pesar de iniciarse en ella con más de 40 años (cabe señalar que Pareto provenía de la ingeniería), Ronald Coase sería un ejemplo de que puede lograrse el premio Nobel con apenas un par de publicaciones (Albert Einstein sería otro).

Y básicamente así fue, con su The Nature of the Firm (La naturaleza de la empresa), publicado en Economica (1937), y The Problem of Social Cost (El problema del coste social), publicado en el Journal of Law and Economics (1960). En el primero trataba Coase el problema de por qué en un sistema de libre mercado, donde pueden hacerse transacciones continuas y múltiples en cada momento y donde los precios resuelven las mismas de forma eficiente (asignando eficientemente los recursos), existen o son necesarias las empresas, después de todo instituciones a largo plazo y jerarquizadas y, por tanto, más rígidas y menos flexibles.

Para la respuesta introdujo Coase el concepto de costes de transacción, que incluye todo tipo de costes en que incurrimos por cada transacción que realizamos: desde costes de información (adquirirla, gestionarla, utilizarla, conocer la necesaria, precisa o relevante para cada caso...), que son los principales dentro de esos costes de transacción, hasta todo tipo de costes como papeleos, leyes o normas implicadas, gestión y burocracia relativa, pericia o conocimientos técnicos propios de la transacción (por ejemplo, cuando buscamos adquirir un coche o un frigorífico), etc. Las empresas, como instituciones que son, cumplen un papel fundamental en la resolución de buena parte de esos costes, aunque impongan otros, como la mayor rigidez o de cualquier otro tipo, empezando por los que advirtió el propio Adam Smith.

El segundo artículo aborda un problema descubierto por Alfred Marshall en 1890, el de las externalidades en economía, al que muchos economistas y académicos apelan todavía hoy para explicar por qué el mercado tiene fallos, a pesar del más de medio siglo transcurrido desde la solución de Coase. Una externalidad es un coste (negativa) o un beneficio (positiva) impuesto por un agente económico (individuo, empresa, burócrata...) al ejercer su actividad -sea de producción o consumo- sobre otro u otros agentes, de manera que el productor de dicha externalidad no paga -si se trata de costes- o no recibe los réditos -si se trata de beneficios- por producirla, sino que los trasmite al resto de la sociedad. Una forma de eliminar o absorber esas externalidades, según propuso Pigou, sucesor de Marshall en Cambridge, fue la intervención del Estado, burócratas o gobernantes, como un deus ex machina que sólo resuelve y no añade costes, distorsiones o problemas (incluidos los de información).

Coase nos enseñó primero que el problema de las externalidades es dual o mutuo, es decir, la externalidad implica una relación recíproca entre dos partes, el productor y el consumidor, y por tanto su análisis y solución no pueden pasar por alto a ninguno ni centrarse en uno de ellos. Pero, además, nos enseñó que las externalidades no son fallos del mercado, sino institucionales: fundamentalmente de definición de derechos de propiedad y, no casualmente, de costes de transacción. Los "fallos", como tales, del mercado no existen. Se trata de "fallos" de la naturaleza humana y de la interacción individual, tan fundamentales en la definición de economía de Marshall: "el estudio de las actividades del hombre en los actos corrientes de la vida". Y, la verdad, tener a estas alturas que recordar que no somos perfectos...

Contrariamente a lo divulgado, ni siquiera sus colegas de Chicago, tan diversos como Viner, Stigler, Friedman, Buchanan o Becker, entre otros, consideraron el sistema de mercado como uno perfecto, más allá de la exposición pedagógica de los libros. Como puede intuirse, ambos escritos de Coase están conectados a pesar de los años transcurridos entre ambos y responden a un programa de investigación común. Después de todo, las empresas no son sino una forma de instituciones, alternativa al mercado aunque actúan en él, que suavizan costes de transacción y problemas de definición de derechos de propiedad para lograr acuerdos, contratos e intercambios más próximos a como lo haría el sistema de libre mercado, dado un mundo "imperfecto" o no completo (información, fricciones, preferencias complejas, intereses contrarios...). Y precisamente en 1960 Coase hizo hincapié en la importancia de las instituciones (privadas o públicas) como forma de resolver externalidades, reducidas ahora a derechos de propiedad y costes transaccionales.

Fernando Méndez Ibisate, de la Universidad Complutense de Madrid.

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