
Hace algún tiempo que la diagnosis acerca de la crisis, el desempleo y las perspectivas de futuro constituyen un caleidoscopio de posicionamientos, prospectivas y augurios venturosos para un tiempo relativamente inmediato.
Sin embargo, lo que hasta hace poco tiempo era un frente sólido de gobiernos, instituciones internacionales y grupos de intereses ligados a potentes focos de creación de opinión, ha comenzado a resquebrajarse y a entrar en una contradicción no sólo entre su discurso actual y el de hace poco tiempo sino el de ellos mismos entre sí.
Tanto el FMI, la UE o en nuestro caso los Gobiernos de Zapatero o Rajoy, mantenían al unísono la primacía de las políticas de recortes como único camino posible de avanzar hacia la creación de un clima de confianza, el crecimiento inherente a ello y finalmente la creación de empleo. Ahora el FMI reconoce que tal prioridad no ha sido beneficiosa y a pesar de ello saluda el nuevo dogal impuesto a Grecia. La CE considera que el crecimiento hubiera debido de ser prioritario, lo cual no es óbice para que siga bendiciendo las políticas de ajuste.
Y en esa misma línea el G-20 ha reconocido recientemente la nula creación de empleo pese a las medidas que en su día fueron vistas como fundamentales para lograrlo. Y aquí, el señor Guindos lanza las campanas al vuelo al considerar que la reducción del paro en los últimos meses es algo más que estacional. Naturalmente que nadie entra en la descripción del tipo de empleo; es más, se utiliza el término ocupación que es mucho más deletéreo y desligado de la carga contractual y tuitiva que la palabra empleo conlleva.
El problema consiste en que el derecho al trabajo, por ser efectivamente un derecho, debe constituir una preferencia para el gobernante a la hora de usar la economía como ciencia instrumental. Sin embargo, cuando la preferencia se invierte en favor de lo "incontrolable" por definición, el mercado, cualquier meta, por constitucional que sea se hace inalcanzable.
Julio Anguita. Excoordinador general de IU.