Firmas

No saben de austeridad, ni quieren

Junto al artificio de que es preciso crecer para salir de nuestros problemas económicos de fondo, cuando en realidad es justo lo contrario, se encuentran otras dos coletillas, muchas veces asimiladas al mantra del crecimiento económico. Una es el estribillo, reproducido con fruición por la profesión y aún más por los políticos -que así encuentran siempre algo o alguien a lo que achacar sus inoperancias-, de la falta de crédito o la ausencia de préstamos y la imposibilidad de nuevos endeudamientos para emprender nuevos proyectos o realizar algunos gastos privados. Ciertamente falta el crédito, pero no en el sentido dado a la idea de falta de liquidez, sino al más etimológico de credibilidad y confianza. La otra tiene que ver con el gasto y se asimila a la anterior, ya que el argumento de quienes defienden tal razonamiento es que la mayor facilidad o disponibilidad de crédito para los privados permitiría un aumento del gasto, tanto en consumo como en inversión, lo que es condición necesaria para salir de esta. Aunque ya han transcurrido casi seis años desde el inicio de la crisis económica y han pasado suficientes cosas como para que hayan tenido lugar cambios y ajustes en las condiciones de partida, debe recordarse que uno de los principales problemas con que entramos en tal situación fue el enorme volumen de deuda privada que, en general, mantenían familias y empresas (apalancamiento lo llamaron) en las economías desarrolladas. En España, en 2008 esa deuda alcanzaba algo más del 200 por cien de nuestro PIB y tenía su contrapartida en nuestro déficit externo, ahora en corrección.

Desde luego, la aparente exageración de tal comportamiento no estaba en la estupidez humana o en su irracionalidad, como han defendido muchos economistas de corriente keynesiana, sino en la distorsión de la principal fuente de información y guía para las decisiones de los agentes: el sistema de precios y, especialmente, de la distorsión ejercida por parte de los bancos centrales -incluso concertada- sobre los tipos de interés y las necesidades de liquidez del sistema. Seguimos igual y, para colmo, la actuación de las autoridades todas sigue manteniendo la premisa de cubrir los problemas, velarlos con liquidez y más gasto (ahora público), en vez de afrontarlos y resolverlos. Es evidente para los mercados que no puede seguirse por mucho tiempo, sin afectar otros componentes de las economías, lanzando programas de adquisición de títulos, deuda y todo tipo de obligaciones a cambio de meter dinero en los balances de los bancos, lo que no significa poner ese dinero en circulación, como recordaba Martin Feldstein recientemente. Más de nueve billones de dólares han añadido a las disponibilidades líquidas los principales bancos centrales (Fed, BCE, Banco de Inglaterra y Banco de Japón) en los últimos años. Desde lo de Lehman Brothers el número de dólares emitidos en billetes por la Fed se ha multiplicado por 3,5 y el número de libras se ha incrementado un 433 por ciento. La Reserva Federal sabe que, antes o después, deberá acabar con la inyección sistemática de alrededor de 85.000 millones de dólares cada mes. Por ello, y por los problemas coyunturales añadidos (Portugal, Italia, Grecia y Francia) en la UE, el BCE de Draghi hizo el pasado jueves lo que hizo. Pero no resuelve nada. No es con nuevo o más endeudamiento, ni privado ni mucho menos público -que sólo hace empeorar las cosas-, como alcanzaremos un crecimiento económico estable, firme, duradero y que no conduzca a otro desastre en unos años, aunque políticos, gobiernos y autoridades de todo pelaje (especialmente europeas) no paren de decirnos y traten de convencernos de lo contrario. Los privados no tememos a la austeridad o los recortes y tenemos claro que cuando nuestra posición económica empeora tocan ajustes, contracciones, recortes y austeridad, puesto que familias y empresarios hacemos eso: reducir nuestros gastos, ajustar presupuestos y pagar nuestras deudas para mejorar nuestra posición financiera; primero con los posibles ahorros existentes y luego ahorrando más (incluso a pesar de la caída de nuestra renta disponible). Tal es así que, pasados estos años, la reducción de la deuda viva privada -empresas y familias- ha sido muy considerable en España situándose en torno al 150 por ciento del PIB y el volumen de deuda contraída por las familias para la adquisición de viviendas ha pasado a 626.529 millones de euros en mayo de 2013. Lo malo es cuando políticos, gobernantes y autoridades no sólo no facilitan ese ajuste sino que nos lo ponen más difícil y, como no quieren asumir costes políticos de rebajar gastos públicos, aumentan sus gastos, persisten en el déficit (aunque lo reduzcan algo) elevan la deuda pública y nos cosen a impuestos. Nuestras cargas fiscales son brutales, digan lo que digan algunos políticos ignorantes, sobre todo de izquierdas, que siguen con la cantinela de que la recaudación fiscal en España es baja (36,5 por ciento del PIB en 2012 según cifras oficiales). Confunden recaudación, que es baja por un sistema fiscal complejo, elevadísimo, distorsionado, ineficiente y muy costoso (que además incentiva la evasión) con presión fiscal y no digamos ya con esfuerzo fiscal, algo de lo que los políticos prefieren no saber.

Fernando Méndez Ibisate, Universidad Complutense de Madrid.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky