
Si alguien piensa que en España gobierna el PP está equivocado. Este Gobierno ha heredado el desastre económico de ZP y aplica con convicción el programa de la oposición. Así, el PSOE se ha quedado sin discurso y tan difuminado que no puede hacer más que hablar de la Iglesia, por hablar de algo, ya que en otros terrenos están más callados que en misa.
De hecho, en España no hay oposición, sobre todo si nos atenemos a las últimas encuestas en las que desciende más que el Gobierno en intención de voto. Así las cosas, parece que el PP se apresta a hacerse la oposición a sí mismo pues a falta de pan buenas son tortas, aunque cabe el riesgo de que acaben exactamente a tortas.
Las subidas de impuestos hay que contextualizarlas en el estrés financiero del Estado. Decir que el Gobierno ha pecado por subirlos es ignorar que recibieron una situación en los mercados insostenible y que exigía gestos, que se han pagado con más recesión y desempleo, pero han sido decisivos, junto con la reforma financiera, para relajar la prima de riesgo. Sin la subida de impuestos, el Estado no hubiera tenido la menor credibilidad en su capacidad de devolver la deuda y la recaudación fiscal se hubiera seguido desplomando. Ahora, con la prima de riesgo estabilizada y asumible parece que no nos acordamos de lo que pasó en 2012.
El pecado de Rajoy
El pecado de Rajoy no es la política que ha aplicado, sobre todo en materia económica, sino la que con toda seguridad no va a aplicar. Ha decidido no reformar la Administración en profundidad y continuar alimentando un Estado insostenible. Además, se ha apropiado parcialmente del discurso buenista de ZP y toda su política apenas ha supuesto un giro en materias fundamentales de la gestión pública. Tras dos derrotas ante ZP, Rajoy parece haberse mimetizado con él y su huella se deja sentir en la acción de Gobierno, aunque en este caso sin decir ni pío. El presidente apenas habla, apenas se compromete con nada y nadie sabe a dónde va, lo que refleja que posiblemente no lo sepa ni él. Es un ZP a la gallega, pero con pimentón dulce y evitando las frases huecas que alguno de sus ministros ya dice por él.
Dejar la organización del Estado tal cual es condenar a la economía a soportar por mucho tiempo un nivel de impuestos que conduce directamente al desastre. Si ZP en plena burbuja crediticia e inmobiliaria con un déficit de balanza de pagos salvaje nos hablaba de champions league, Rajoy en plena recesión, en buena parte inducida por la política fiscal, se encuentra igualmente complacido con las reformas que dice ha hecho. Ni el primero era consciente del lío en que se estaba metiendo la economía española, ni el segundo lo es del daño que mantener estas políticas causa.
Si la prima de riesgo ahorra un euro se debería devolver a la sociedad cuanto antes en forma de aumento de la renta disponible. No actuar bajando el IRPF de inmediato es suicida, sobre todo en los tramos más bajos y con más propensión al consumo.
El reformador que no reformaba
Rajoy no ha hecho apenas reformas para tan reformador como se nos presenta, por más que lo poco que haya hecho sea relevante. El Estado sigue siendo un elefante que absorbe demasiados recursos sin ton ni son. ¿Para cuándo recortar el catálogo de los servicios sanitarios gratuitos para que los realmente esenciales se presten sin demora y se dejen de pagar lujos y caprichos que nada tienen que ver con la sanidad pública? ¿Para cuándo ordenar de verdad las competencias entre Estado, comunidades y ayuntamientos? ¿Para cuándo suprimir las empresas públicas sin sentido que inundan España y que, curiosamente, crecen en asalariados? ¿Para cuándo eliminar todas las subvenciones absurdas que el Estado reparte como un alocado Robin Hood que roba a unos para regalárselo al que habitualmente no lo necesita?
Quizás Aznar tenga razón en muchas cosas de las que ha dicho desde la perspectiva de lo que la gente creía que era el PP. O quizás Rajoy y los suyos han refundado el partido y ahora es el ZPP, un partido ni en el que Aznar ni millones de votantes del PP puede reconocerse lo más mínimo.
Juan Fernando Robles, profesor de Banca y Finanzas.