Firmas

El futuro nunca visita el pasado

  • Nuestra generación, que nunca se desangró en una batalla, vive su postguerra

Cuando uno marcha disparado por el camino equivocado, primero hay que frenar, y eso lleva bastantes metros, y luego dar marcha atrás hasta encontrar una bifurcación que nos permita cambiar de dirección. Pretender que el problema del paro que aún conserva un potente momento de inercia (fruto de un modelo socio-económico poco competitivo y unos recursos financieros malbaratados en inversiones especulativas) en un contexto de crisis global, se puede resolver en el transcurso de una sola legislatura solo puede deberse a la malicia o la ignorancia.

Desarrollar un modelo productivo que permita competir en un mercado global cada vez más concurrido y en el que la intensidad de la mano de obra propia de las economías del siglo XX ha sido sustituida por intensidad tecnológica y valor añadido es una tarea que exige tesón, capacidad de sacrificio y no tirar la toalla a las primeras de cambio.

Guste o no guste, nuestra generación, que nunca se desangró en los campos de batalla a diferencia de la de nuestros padres y abuelos, está sin embargo viviendo su particular postguerra. Y como ellos tendremos que levantar un país asolado por una clase política corrupta e inepta que escondió la cabeza ante lo que se nos venía encima, y superar nuestras divisiones internas, fantasmas de un pasado, que como una maldición parece que estamos perpetuamente condenados a revivir. No son buenos tiempos y la irresponsabilidad cortoplacista de algunos partidos políticos incapaces de elevar la mirada más allá de sus intereses electorales no facilita las cosas.

Las verdades no siempre son agradables y la verdad es que el futuro que nos espera no tendrá nada que ver con aquel presente que hace poco nos explotó entre las manos. Bill Gross, de Pimco, acuñó un nuevo término para describirlo: new normal, que avisaba de un periodo de bajo crecimiento y alto desempleo. La globalización y la entrada en escena de China y otros BRICS en el escenario mundial han alterado radicalmente los mercados y los flujos comerciales mundiales. Según UNDTAC, ya en 2010 el comercio sur-sur representaba un 55% del comercio mundial y, ojo al dato, un 60% del comercio en equipos informáticos y de telecomunicaciones, transistores y otros productos de electrónica.

Un desarrollo que año tras año cada vez cobra más importancia en detrimento de la vieja Europa. En África los países en su cinturón central están creciendo a tasas del 5%. A esa arquitectura mundial cambiante hay que añadir una emigración masiva de la población rural a las ciudades para incorporarse al sector manufacturero. Solamente en China, según su Ministerio de la Vivienda, en los próximos quince años 300 millones abandonarán el campo. Eso significa tener que levantar tres ciudades tan numerosas como toda el área metropolitana de Madrid ¡cada año durante los próximos quince años! Esa es la dimensión del problema al que nos enfrentamos hoy, agravado por una creciente implantación de la robótica que supondrá una presión añadida sobre nuestro mercado de trabajo. Frente al ascenso histórico de pueblos hasta ahora marginados del progreso y esa nueva revolución tecnológica ya en marcha, podemos adoptar la actitud del Rey Canuto, aquel que sentado en su trono a la orilla del mar mandó parar la marea y acabó ahogado por la pleamar, o encarar el ineludible reto y labrarnos con realismo tesón e inventiva un lugar en ese futuro competitivo del que no hay escapatoria. Eso o pasar al cementerio de la Historia como tantos otros pueblos antes.

Realismo, tesón y trabajo

En la defensa de Inglaterra y sus valores como sociedad, Churchill en 1945 no prometió milagros ni soluciones fáciles. Prometió "sangre sudor y lágrimas" como único camino para la victoria. Afortunadamente nuestro tiempo no nos exige tamañas virtudes heroicas; solo las más humildes de realismo, tesón, unidad y capacidad de trabajo para reinventarnos como país.

Y todo ello desde valores éticos que nos son propios como europeos y que debemos preservar; principalmente la solidaridad con las víctimas que todo cambio conlleva. Porque el problema del paro va para largo. Para ello es necesario que aquellos que gozan de lo superfluo honradamente ganado, contribuyan a paliar las necesidades básicas de familias que honradamente hoy también están expuestas y sin horizontes al cambio. Una sociedad desigual y sin esperanza se cobra un tributo mucho más alto que el que puede suponer una subida temporal de impuestos. Inseguridad en las calles, secuestros, unos barrios convertidos en fortalezas con seguridad privada y otros, junglas de asfalto, reducto de las mafias de la droga y la violencia. No hace falta poner nombres; todos tenemos la experiencia de volver a España y sentir el alivio de poder pasear por nuestras calles a cualquier hora sin tener que mirar por encima del hombro y detenernos en un semáforo sin la intranquilidad de un posible asalto.

No es cierto que la subida de impuestos detraiga el consumo, ese motor de las economías modernas. Lo que detrae el consumo es la inseguridad del mañana. Los impuestos pueden bajar a mínimos pero si el ciudadano vive anclado en la incerteza preferirá como la hormiga acumular reservas y dejar los cantos de cigarra para aquellos que, desde sindicatos y la política y a costa del erario público, entonan cantos de sirena que saben no podrán cumplir cuando les llegue el día de sentarse a la mesa con sus pares en Bruselas. Y es que la realidad es tan persistente y tozuda como la marea.

Ignacio Nart, analista financiero.

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