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La tiranía de la economía política

Imagen de Thinkstock.

Hubo un tiempo en que nosotros, los economistas, nos manteníamos alejados de la política. Entendíamos que nuestro trabajo consistía en describir cómo funcionaban las economías de mercado, cuándo fracasan, y cómo unas políticas bien diseñadas podían mejorar la eficacia. Analizábamos las compensaciones entre objetivos enfrentados (por ejemplo, acciones frente a eficiencia) y prescribíamos políticas para obtener los resultados económicos deseados, incluida la redistribución. Dependía de los políticos aceptar (o no) nuestros consejos, y de los burócratas si implementarlos.

Entonces, algunos nos hicimos más ambiciosos. Frustrados por la realidad de que gran parte de nuestros consejos cayeron en saco roto (¡hay tantas soluciones de libre mercado que siguen a la espera de ser asumidas!), enfocamos nuestro conjunto de herramientas analíticas sobre el comportamiento de los propios políticos y burócratas. Empezamos a examinar el comportamiento político mediante el uso del mismo marco conceptual que utilizamos para la toma de decisiones de producción y consumo en la economía de mercado. Los políticos se convirtieron en proveedores maximizadores de ingresos de favores políticos, mientras que los ciudadanos se convirtieron en grupos de presión ávidos de renta e intereses especiales, y, por su parte, los sistemas políticos se convirtieron en mercado donde los votos y la influencia política se comercializan por beneficios económicos.

Así nació el campo de la economía política de elección racional, y un estilo de teorización que muchos politólogos emularon de buen grado. La compensación aparente era que ahora podíamos explicar por qué los políticos hacían tantas cosas que incumplían la racionalidad económica. De hecho, no había ningún trastorno económico del que las palabras intereses creados no pudieran dar cuenta.

Porque manda el dinero

¿Por qué hay tantas industrias cerradas a la verdadera competencia? Porque las firmas ya establecidas tienen a los políticos en los bolsillos. ¿Por qué los Gobiernos levantan barreras al comercio internacional? Porque los beneficiarios de la protección comercial están concentrados y son políticamente influyentes, mientras que los consumidores están desperdigados y desorganizados. ¿Por qué las elites políticas bloquean las reformas que incentivarían el desarrollo y el crecimiento económico? Porque el desarrollo y el crecimiento económico socavarían su detentación del poder político. ¿Por qué hay crisis financieras? Porque los bancos capturan el proceso legislativo para poder asumir riesgos excesivos a costa del público.

Para poder cambiar el mundo tenemos que entenderlo. Y esta forma de análisis parecía transportarnos a un nivel más alto de comprensión de los resultados políticos y económicos. Pero todo esto conllevaba una profunda paradoja. Cuanto más alegábamos estar explicando, menor espacio quedaba para mejorar las cosas. Si el comportamiento de los políticos está determinado por los intereses creados con los que están comprometidos, la defensa de las reformas políticas por parte de los economistas está abocada a caer en oídos sordos. Cuando más completa sea nuestra ciencia social, más irrelevante resulta nuestro análisis político.

Aquí es donde falla la analogía entre ciencias humanas y naturales. Pensemos en la relación entre ciencia e ingeniería. A medida que la comprensión de los científicos de las leyes físicas de la naturaleza se va haciendo más compleja, los ingenieros pueden construir mejores puentes y edificios. Las mejoras en las ciencias naturales fomentan, más que impiden, nuestra capacidad de conformar nuestro entorno físico.

La relación entre la economía política y el análisis político no es así en absoluto. Al considerar el comportamiento de los políticos como una variable endógena, la economía política despoja de poder a los analistas políticos. Es como si los físicos encontraran teorías que no sólo explicaran los fenómenos naturales, sino que también determinaran qué puentes y edificios deberían construir los ingenieros. Entonces prácticamente no habría necesidad de escuelas de ingeniería.

Si le parece que hay algo que no está bien en todo esto, tiene razón. En realidad, nuestros marcos contemporáneos de economía política están repletos de presunciones implícitas sobre el sistema de ideas subyacente al funcionamiento de los sistemas políticos. Explicitemos esas presunciones, y el papel decisivo de los intereses creados se evapora. El diseño político, el liderazgo político y la agencia humana vuelven a la vida.

Las ideas y los intereses

Hay tres formas en que las ideas conforman los intereses. En primer lugar, las ideas determinan la forma en que las elites políticas se definen a sí mismas y los objetivos que persiguen: dinero, honor, estatus, longevidad en el poder, o simplemente un lugar en la Historia. Estas cuestiones de identidad son claves para la forma en que optan por actuar.

En segundo lugar, las ideas determinan la forma en que los actores políticos ven la forma en que funciona el mundo. Unos poderosos intereses comerciales presionarán para conseguir políticas distintas si creen que el estímulo fiscal sólo produce inflación o si creen que genera una mayor demanda en agregado.

Y lo que es más importante desde la perspectiva del análisis político: las ideas determinan las estrategias que los actores políticos creen poder perseguir. Por ejemplo, una forma que tienen las elites de mantenerse en el poder es suprimir toda la actividad económica. Pero otra forma es fomentar el desarrollo económico mientras diversifican su propia base económica, estableciendo coaliciones, impulsando la industrialización dirigida por el Estado, o persiguiendo otras muchas estrategias limitadas exclusivamente por la imaginación de las elites.

De hecho, esto es lo que explica algunos de los vuelcos más sorprendentes en el rendimiento económico de las últimas décadas, como el impresionante crecimiento de Corea del Sur y de China (en los años sesenta y finales de los setenta, respectivamente). En ambos casos, los mayores ganadores fueron los intereses creados (el establecimiento comercial de Corea y el Partido Comunista chino). Lo que permitió la reforma no fue una reconfiguración del poder político, sino la emergencia de nuevas estrategias.

El cambio económico suele tener lugar no cuando se vencen los intereses creados, sino cuando se usan estrategias diferentes para perseguir esos intereses. Sin duda, la economía política sigue siendo importante. Si no entendemos claramente quién gana y quién pierde por el status quo, es difícil encontrarle sentido a las políticas que tenemos.

Dani Rodrik es Catedrático de Economía Política Internacional de la Universidad de Harvard.

©Project Syndicate, 2013

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